La doctrina ha estudiado profusamente este delito, con especial atención a los dos elementos integradores del engaño: el subjetivo, constituido por el conjunto de maniobras fraudulentas adelantadas por el estafador y el error en que incurre la víctima como efecto directo de la conducta engañosa de quien lo estafa. Dicho error provoca, como consecuencia buscada por el delincuente, que el perjudicado haga entrega pacífica de su patrimonio. De allí que el jurista Edmund Mezger afirmara: «El engaño constituye, en realidad, la característica de la estafa, le da fisonomía propia a este delito y lo distingue de las demás formas de agresión al derecho patrimonial.»
Si extrapolamos este delito al mundo de la política venezolana y más específicamente al electoral, nos invadirá la sensación de que hemos sido continuadamente estafados, no para llevarnos a la disposición de nuestro patrimonio privado, sino para elegir como administradores del inmenso patrimonio público a quienes se hacen votar mediante mentiras, promesas incumplibles y diversas formas de propaganda engañosa.
No siendo de nuestro interés hacer un tratado de historia de la defraudación en Venezuela, que probablemente se iniciaría con el tercer viaje de Colón en 1498, para desarrollar el tema que nos interesa, vamos a escoger dos íconos de nuestra política reciente: Chávez y la MUD.
En 1998, Chávez utilizó inteligentemente el hastío de la población causado por el bipartidismo adeco copeyano y, sobre todo, por las marcadas imperfecciones de la llamada democracia representativa, la cual era un sistema de cheques en blanco quinquenales entregados por una población sometida a engaño durante campañas electorales que eran dirigidas por personal entrenado para generar ilusiones y hacer olvidar desengaños.
Cuando el tiempo haya apagado las hogueras pasionales de la lucha política, Chávez será estudiado por propios y extraños por su gran habilidad para parecer sincero cuando mentía, de ser uno cuando se bañaba en multitudes y otro cuando tomaba decisiones trascendentes en su oficina de Miraflores. En el cuerpo de Chávez parecían cohabitar dos seres contrapuestos, una suerte de yin y yan de la filosofía taoísta. Tal cualidad bipolar le rindió frutos generosamente regados con la abultada renta petrolera y sus incendiarias promesas de 1998, fueron rápidamente olvidadas y sus restos lanzados al mar de la felicidad cubano.
Mientras Chávez se montó en los lomos del antipuntofijismo, lo propio hace la MUD con el antichavismo; la teoría de que la culpa siempre es ajena es esgrimida sin distingo por rojos y azules; los que hicieron posible el chavismo y hoy militan en la MUD no muestran arrepentimiento ni propósito de enmienda, pues al fin y al cabo la intención de hoy es la misma de ayer: hacer creer que son lo que no son, obtener el voto mayoritario de los votantes, hacerse del poder, olvidar las promesas y resolver sus vidas.
Esta estafa política que podría catalogarse en sus inicios como delito contra la fe pública y que en definitiva termina siendo contra el patrimonio público, (cuando los estafadores meten sus manos en el Tesoro Nacional), se nutre de las imperfecciones de nuestra «democracia» y, sobre todo, de una fundamental: la escogencia caprichosa de los candidatos por ese monstruo invisible e inasible que llamamos «el dedo», sin mano, ni rostro, pero con inmenso y mal habido poder.
Mientras no se impongan las elecciones primarias como forma universal de elegir presidente, gobernadores, diputados, alcaldes y concejales, continuaremos gobernados por rufianes y aventureros y Venezuela seguirá ubicada en una penumbrosa esquina del tercer mundo.
Nuestra es la decisión. ¡Manos a la obra!
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