Cuando el gobierno habla en tono amenazante de un “estado de conmoción” y su respuesta, no sólo evidencia la intención de atemorizar al país sino que presume una solución a “su” problema de fragilidad e inestabilidad política, suponen que tal situación justificaría usar la fuerza militar para “poner orden”, acabar con las supuestas conspiraciones, liquidar cualquier salida democrática como el revocatorio y atornillarse un rato más en el poder. No sorprende esta actitud en un régimen autoritario e irresponsable que exhibe una inocultable vocación golpista. Por otras razones, también en sectores de oposición subyace una actitud similar: dejan colar cierta satisfacción por los saqueos, desórdenes, protestas y otras expresiones de conflictividad social. Muchos sienten que “por fin el país está reaccionando” y que tal reacción conducirá a un cuadro de ingobernabilidad, en consecuencia estos episodios anuncian “el principio del fin”.
Algunos más radicales -coincidiendo con el gobierno- se convierten en promotores de la violencia, generalmente sin abandonar su zona de confort, ni correr riesgos. Son una minoría que hace mucho ruido y desde la comodidad de un teclado son unos “duros”, valientes como nadie e implacables sobre todo con el liderazgo opositor que no acompaña su fantasiosa gesta heroica y al contrario, actúa con responsabilidad ante una coyuntura tan difícil. Los duros del teclado usualmente justifican su simpatía con la violencia con posturas intelectuales: levantan el dedo índice y arquean las cejas para advertir: “lo vengo diciendo, dictadura no sale con votos” y como si ello fuera cierto, insisten en ese vacuo lugar común que arrima agua al molino del gobierno. Quienes -de lado y lado- apuestan a un estallido social o estado de conmoción como una salida, no han dimensionado la tragedia que ello puede significar y el elevado costo en vidas humanas. Es repugnante que alguien piense que “para salir de esto, es inevitable que haya unos muertos”, los cuales -por supuesto- da por sentado que pondrán otros. Al asegurar que “saldremos de esto cuando bajen los barrios”, pareciera que el pueblo humilde tiene la obligación histórica de sacarnos de esta desgracia e incluso poner los muertos. Los “duros” están muy ocupados para esas cosas pues tienen que trabajar, buscar a los niños, llevar el carro al taller, etc. Claro, a veces asisten a alguna marcha y se toman una foto para dejar constancia en las redes sociales de su abnegada lucha.
Obvio, una situación de caos generalizado y anarquía puede derivar en una salida democrática, el problema es que no sabemos cuándo. ¿O usted cree que luego de “poner orden” los militares llamarán a la oposición para gobernar? Desatados los gorilas, nadie puede garantizar el futuro democrático del país, el juego de la violencia es una ruleta rusa. Es igualmente irresponsable desconocer la dramática situación social y la conflictividad que amenaza con expandirse ante la agudización de la crisis, la incapacidad del gobierno para ofrecer soluciones y su empeño de cerrar los cauces para una salida pacífica y electoral. Tampoco Maduro ha valorado el inmenso costo político y social de obstaculizar el revocatorio. Hay hambre y el tiro puede salirle por la culata pues la realidad es insostenible también para el gobierno. Ojalá asuma que el cambio es indetenible y que el revocatorio no es una opción sino un derecho que el país está decidido a ejercer precisamente para garantizar la paz. ¡Viva Venezuela!
Twitter: @richcasanova
(*) Dirigente progresista / Vicepresidente ANR del Colegio de Ingenieros de Vzla.