Empecemos por señalar que, los días de tensa calma que estamos viviendo, a partir del sacudón de Cumaná el pasado 14 de junio, no son permanentes, quebraron en el país, la peligrosa tendencia en la que se incrementaban los saqueos, protestas y linchamientos, pero, las condiciones que los causaron aún están presentes o han empeorado, por lo cual, la tensión se sigue acumulando y los peligrosos eventos ahora se hacen impredecibles, en tiempo o lugar, sin embargo, las protestas y saqueos comienzan a retomar tímidamente su posición en los titulares. Lo que ha ocurrido hasta ahora es una alerta, un preludio que describió: Al sector que está dándole vida al fenómeno del saqueo, al que está construyendo la protesta, a la capacidad de respuesta del gobierno y sobre todo a la interacción real con los temores de la población; justamente allí, podemos encontrarnos de frente, con el desmoronamiento de lealtades al gobierno, no sólo se trata del cambio significativo en la protesta, mientras en el 2014 las protestas se ubicaban exclusivamente en los “paraísos opositores” hoy vemos como los sectores populares lideran el reclamo, pero también vemos, como una buena parte de los grupos politizados, tradicionalmente por el gobierno, hoy lo dejan sólo e incluso conducen algunas protestas y saqueos, pero lo que es aún más evidente, la población no confía en que el gobierno este en capacidad de solucionar los problemas de abastecimiento.
Claro que, con el escenario descrito pudiéramos creer que la calma, ni es tensa, ni es eventual, que, claramente se la podemos atribuir al inicio de los trámites burocráticos para lograr el Referéndum Revocatorio, a partir de la mediación, en favor del dialogo y/o negociación, de los ex presidentes José Luis Rodríguez Zapatero (España), Leonel Fernández (República Dominicana) y Martín Torrijos (Panamá), pero, ante el desconocimiento real de lo discutido y la negación de la oposición para admitir lo negociado, solo podemos recurrir a ejemplos históricos de negociaciones similares, una que siempre llama mucho la atención, es la ocurrida en Sudáfrica como antesala a la pacificación, justamente por el resultado obtenido, sin embargo, antes de que Nelson Mandela pudiera conducir los destinos de su patria, la violencia de parte y parte escalaba considerablemente, y fue por ello que Mandela salió de prisión, para calmar la sed de venganza en sus partidarios. Nos toca preguntarnos ¿En Venezuela hay un incremento de violencia polarizada cómo la que vivió Sudáfrica? ¿Leopoldo López está llamado a pisar sobre las huellas de Mandela? Las preguntas y sus respuestas pudieran generar dudas y para evitarlo debemos incorporar más elementos de análisis.
La oposición venezolana no está en la capacidad, por ahora, de asumir la violencia como forma de lucha, no sólo no forma parte de su naturaleza (la de los simpatizantes no fanáticos), sino que la tendencia política que predomina en la oposición, está liderada por una corriente que principalmente reconoce en los eventos electorales su única, forma de lucha, su comunicación con las necesidades reales del pueblo es considerablemente deficiente y a pesar de la propaganda proveniente del gobierno, la oposición no tiene la posibilidad de usar la presión popular como un elemento que permita la negociación. No se están dirigiendo las protestas, desde la oposición tradicional, mucho menos los saqueos, así que es un elemento que no domina y que tan solo contempla desde su táctica, debemos asumir adecuadamente esta consideración, porque implica que la oposición debería dar un salto cualitativo, en correspondencia con la crisis política que estamos viviendo, también les toca: Politizar a la población, incentivar la participación (no sólo la electoral), asumir y organizar la protesta.
Si analizamos la relación del gobierno con la violencia, pudiéramos asumir anticipadamente que no le conviene, al menos que discriminemos el tipo de violencia a la que nos referimos: Si se tratará de una violencia temprana, una que no se le saliera de control al gobierno, a pesar de su magnitud, una que le permitiera intimidar al pueblo y que aplacara cualquier posibilidad de organización popular, entonces el análisis pudiera ser distinto, pero ¿Qué determinaría su implementación? Ciertamente, el gobierno es quien está sobre el polvorín en el que se ha convertido Venezuela, y cualquier mecha que se encienda pudiera ser definitiva, ahora bien, el factor tiempo debe pesar en este análisis, el gobierno haría lo que fuera para llegar al 10 de enero de 2017, porque a partir de esa fecha pudieran eludir los castigos correspondientes. Sólo una vicepresidencia negociada les permitiría escapar guardando las apariencias, pero por otra parte, si la intimidación resultará efectiva, incluso pudieran permanecer en el poder hasta que su constitución interpretada lo determine.
Si un evento violento temprano, pudiera ser controlado y aprovechado por el gobierno a su conveniencia, entonces ¿A qué sector le pudiera convenir una violencia acumulada? Y allí, es donde aparece la pregunta que pudiera definir la violencia inevitable, pareciera que algún otro sector político está influyendo, no se trata de la oposición que viene trabajando por el cambio, tampoco se trata del gobierno que se esfuerza en postergar lo impostergable, es un sector con otros intereses: Uno que está motivando las protestas y los saqueos justo ahora, es un sector que ha sabido colarse en las protestas aprovechando la reciente moralidad de la sociedad venezolana, este sector nace sin hacer ruido durante los últimos 17 años y pudiera presentarnos, al país, un nuevo mesías. Esta amenaza es imposible de ver, para quien concibe la sociedad venezolana en chavismo y oposición, estos intentan negociar, pero el sector al que hacemos referencia no está interesado en negociar con nadie, le motiva la movilidad política porque está en capacidad de cambiarlo todo y sin embargo aún no nos muestra su verdadero rostro, ni se nos señalan abiertamente los nombres de sus actores.
Cuando afirmamos que la violencia es inevitable, lo hacemos con una certeza absoluta, ya que todos los escenarios nos llevan a ella, incluso si los intereses políticos no condujeran un evento de estas características. Por una parte la acumulación de malestares en la sociedad pudieran desencadenar un hecho social que tome desprevenidos a todos los sectores políticos, provocando la reactividad en torno a lo ocurrido, pero, por otra parte, incluso si no estallará ningún evento violento, propiamente dicho, el escenario económico no pareciera tener posibilidad alguna de corregir su rumbo, mientras estén los mismos gobernantes tomando las mismas decisiones, lo que nos empuja inevitablemente, al peor tipo de violencia: La que permitimos silenciosamente en contra nuestra; si no nos organizamos, el hambre seguirá su peligrosa tendencia, el desabastecimiento de alimentos y medicinas será más intenso y la violencia será, definitivamente, inevitable.