Jornada cívica la de la semana pasada.
Miles de venezolanos, contra todo obstáculo, se volcaron a los pocos puntos de validación establecidos por la mayoría del directorio del CNE para autenticar sus firmas que harán posible la activación del proceso revocatorio.
Ni las presiones, ni las amenazas, ni la lluvia, ni las caídas del servicio eléctrico, ni la operación “morrocoy” adelantada por funcionarios inescrupulosos, ni la arbitraria distribución de las máquinas capta huellas, fueron suficientes para impedir doblar y algo más el número de manifestaciones de voluntad necesarias para pasar a la siguiente etapa por el referéndum que permitirá la salida de este gobierno de incapaces.
Adultos mayores y jóvenes, hombres y mujeres, pobres y menos pobres –porque ricos ahora solo son los “enchufados” del oficialismo-, trabajadores incluso del sector público y desempleados, militantes de la oposición pero también chavistas que reniegan de Maduro, hicieron alegres colas para expresar con pulgares e índices su voluntad de cambio. Centenares viajaron a localidades distintas a las suyas, algunos hasta 10 horas como un grupo de hermanos waraos que en curiara navegaron el Orinoco hasta Tucupita o caminaron kilómetros, animados por una férrea voluntad de contribuir a que el mañana sea distinto.
Fueron muchas las vivencias de estos días que motivan a seguir entusiastas. El jueves 23 fui testigo de uno de tantos episodios que muestran el empeño del venezolano común de cobrarse el hambre, el desabastecimiento, la inseguridad, la ruina generalizada, las humillaciones a las cuales nos han sometido los jerarcas del régimen.
Era media tarde en el edificio donde funciona el CNE en Maturín. Había llovido y la validación se hacía más lenta que en los días precedentes. Muchos se encontraban en cola desde la madrugada y, a pesar de los chistes, el cansancio comenzaba a hacer mella. De pronto, en las cercanías de la puerta a la oficina donde se encontraban las máquinas capta huellas, todo se agita y algunos piden ayuda: un abuelo presente se ha desmayado suponemos agotado por la larga espera. Rápidamente es levantado del suelo y mientras se le prestan los primeros auxilios llamamos una ambulancia que afortunadamente arriba en minutos.
Suspiramos aliviados cuando el abuelo recobró el conocimiento pero la preocupación se tornó en admiración al recibir su firme respuesta cuando le informamos que le llevaríamos a una clínica para que lo evaluaran: “No señor, de aquí nadie me mueve hasta que yo no ponga mis huellas. A eso vine y no me voy sin hacerlo”.
Los presentes le despedimos con aplausos cuando minutos después de validar su firma abordó el vehículo que lo llevó primero al médico y luego a su casa. Sus hijos, sus nietos, sus vecinos, deben de sentirse orgullosos de él que es ejemplo y entiende plenamente cuan necesario es dar lo mejor de sí en este tiempo de definiciones.
Aun queda camino por recorrer.
Corresponde ahora al CNE reconocer que el numero de manifestaciones de voluntad son suficientes para avanzar. En buena lid deberían hacerlo rápidamente pero seguro que intentarán retrasar la decisión pero no podrán evitar convocar al pueblo a la siguiente etapa donde, a que dudar, muchos más que el 20 % de los electores exigidos en norma constitucional, suscribiremos nuestro compromiso con la Venezuela que merecemos.
Nos acercamos al término de esta pesadilla si bien, parafraseando a Churchill, no es este el fin, ni siquiera el principio del fin, pero si el fin del principio.