La crisis económica que agobia a Venezuela está golpeando muy duro a los sectores menos favorecidos del país. Aunque Nicolás Maduro y sus cuarenta ladrones lo nieguen todos los días, la realidad que enfrenta cada familia venezolana es una sola: no hay comida. El salario mínimo no alcanza para nada. Hay hambre.
Los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) creados por Maduro el pasado mes de abril, no han resuelto el problema. Todo lo contrario: lo han agravado. “Los Comités Locales de Abastecimiento y Producción son el gran instrumento de la Revolución Bolivariana fundada por el comandante Chávez para superar y vencer la guerra económica, hemos dado con el punto que va a permitir que todo lo que se está moviendo llegue”, dijo el jefe de Estado, tratando de convencer a la gente de que los CLAP son un milagro de Dios.
Un reportero de BBC Mundo entrevistó a tres personas cuyas casas fueron visitadas por los famosos CLAP de Maduro. En cada una de las casas dejaron una bolsita. En la primera casa la bolsa traía tres harinas de trigo, una salsa de pasta, un litro de aceite y un kilo de leche. En la segunda casa, la bolsita llevaba dos paquetes de harina precocida de maíz, dos paquetes de pastas, una leche condensada y dos kilos de azúcar. En la tercera, la bolsa contenía un kilo de arroz, una harina precocida, un litro de aceite y un kilo de pasta. Lo peor es que quienes entregaron las bolsas informaron a los jefes de hogar que regresarían el próximo mes, lo cual quiere decir que el gobierno pretende que una familia se alimente durante 30 días con lo poco que entregaron.
Mientras Maduro intenta frenar la protesta social, el descontento popular y el reclamo de un país que sale a la calle todos los días a buscar comida, con las famosas bolsitas de los CLAP, el precio de la Canasta Básica Familiar correspondiente a mayo de 2016 se ubicó en 303.615,59 bolívares, lo cual representa un aumento del 18,5% (47.468,80 bolívares) con respecto al mes de abril de este año, según el último informe presentado por el Cendas-FVM.
De acuerdo con el informe del Cendas-FVM, se requieren 20,2 salarios mínimos para cubrir el consumo de productos de una familia promedio de cinco personas. El estudio realizado por esta organización estableció que la diferencia entre los precios controlados por el gobierno y los precios de mercado que registran hoy día los productos de la canasta básica familiar es de 2.885,5%. Tal situación se comprueba cuando un paquete de harina pan, que según el gobierno debería ser vendido en poco menos de 200 bfs, no se consigue en la calle en menos de 1.500 bfs.
El informe del Cendas-FVM también dice que veinticinco productos de la canasta alimentaria presentan serios problemas de escasez: leche en polvo, sardinas enlatadas, atún enlatado, pollo, carne de res, hígado de res, margarina, azúcar, pernil, aceite de maíz, huevos de gallina, queso blanco duro, caraotas, arvejas, lentejas, arroz, harina de trigo, avena, pan, pastas, harina de maíz, café, salsa de tomate, mayonesa y queso amarillo. Estos contabilizan 43,10% de los 58 productos que contiene la canasta.
La grave crisis alimentaria que se vive en Venezuela fue comprobada por tres empresas encuestadoras: Datos encontró que 90% de las familias venezolanas reconoce que está comprando menos alimentos.Venebarómetro asegura que 31% de los venezolanos dice comer menos de tres veces al día y Encovi halló que 15% de las personas consultadas considera su alimentación monótona o deficiente.
Pero eso no es todo: según estudios de la ONG Fundación Bengoa para la Alimentación y Nutrición, el 75% de la dieta actual de los venezolanos se limita a carbohidratos. El producto con mayor intención de compra, según esta ONG, es la harina de maíz precocido con la que se hace la arepa; después el arroz, los panes y las pastas. La crisis económica ha hecho que las familias venezolanas estén comiendo muy poca proteína, y ello implica grave riesgos para la nutrición y desarrollo de los niños y jóvenes que constituyen el futuro de este país.
La semana que recién concluye me permitió visitar cuatro ciudades diferentes de Venezuela. En Valencia, estado Carabobo, encontré y conversé con un ama de casa quien me comentó lo que estaba haciendo para tratar de alimentar a sus hijos. La señora María, quien trabaja como camarera en un hotel, me explicaba que el producto que más está consumiendo su familia es la pasta. “Es lo que más se consigue en el barrio. La venden por encima de su valor, pero yo debo comprarla porque no tengo tiempo para ir a hacer colas. La preparo casi todos los días para el almuerzo, pero ya no boto el agua en la que se hierve. El agua donde se cocina la pasta la guardo en la nevera, le pongo papelón y con eso hago una chicha que doy a mis hijos todas las mañanas. Esa chicha es el desayuno”.
En Barcelona, estado Anzoátegui, converso con una vecina que me explica la manera de hacer una muy buena y novedosa “carne vegetariana”. La señora Beatriz trabaja planchando ropa en casas de familia. Dice que tiene 3 hijos y que no le alcanza el dinero para comprar carne si no una vez a la semana. “Encontré una forma muy original de hacer carne. Compro plátanos verdes y los pongo a sancochar. Cuando ya están listos, les quito las conchas, pero en lugar de botar las conchas de los plátanos, que es lo que uno hacía antes, las agarro y las desmecho lentamente, como si fuera carne. Luego preparo un guiso con cebollas, tomate y perejil y se lo echo a las conchas de plátano desmechadas y lo revuelvo lentamente. Un poco de sal, comino, adobo y listo. Tengo carne desmechada”.
En Maracay, estado Aragua, conversé con Marcos, un joven que vende café en las cercanías del hotel Italo. Marcos me vende un vasito pequeño de café en 100 bfs y no aguanto las ganas de preguntarle cómo hace para vivir vendiendo café a 100 bfs en un país donde el kilo de café cuesta casi 5 mil bolos. El joven se ríe y me hace una confesión: el café no lo ha preparado él, lo sustrajo de una funeraria a primera hora de la mañana. Llegó a la funeraria muy temprano y sin que nadie se diera cuenta, tomó prestado el café que había en un termo grande para los familiares del difunto. “Yo sé que eso no es legal, dice, pero yo tengo 4 muchachos que alimentar y no puedo llegar a casa sin nada”.
La última historia que encuentro en mi recorrido pertenece a San Carlos, estado Cojedes. Allí converso con algunos colegas periodistas quienes me cuentan la más reciente novedad en esa ciudad: la recarga de desodorantes. Un grupo de personas se las ha ingeniado para fabricar una mezcla que sirve para evitar el mal olor en las axilas. La mezcla no está patentada y muy probablemente tampoco cuenta con el permiso otorgado por el Ministerio de Salud, pero tal parece que eso no importa. La gente acude al lugar con su envase de “bolita” y lo consigna a un empleado que en tan sólo 5 minutos lo recarga por la módica suma de 80 y 100 bfs. Se hacen colas de 50 y más personas todos los días para “recargar” el desodorante tanto para hombres como para mujeres.
Estas cuatro historias muestran la Venezuela socialista y revolucionaria de Nicolás Maduro. Aunque cuesta creerlo, la mayoría de los venezolanos está sometido hoy día a una dieta obligada. Es lo que el populacho, con el buen sentido del humor que lo caracteriza, ha bautizado como Nicolight. No es un chiste: toda una generación de niños y jóvenes está creciendo desnutrida y muy mal alimentada en Venezuela. Las consecuencias las veremos algunos años más adelante cuando comprobemos que el recurso humano, el capital más importante con el que cuenta un país, no responde a las exigencias del mundo globalizado en el que nos encontramos. La Generación CLAP compromete seriamente el futuro de este país.
Sólo hay una forma de impedir que la dieta Nicoligth continúe haciendo de las suyas. Necesitamos cambiar de gobierno. Y necesitamos hacerlo ya. No hay tiempo que perder.
- 03 de julio de 2016.