La soledad no abandonó a Roberto Ramírez ni siquiera después de su muerte. A 60 horas de su fallecimiento, los parientes del abuelo de 95 años —dejado solo a su suerte, en un edificio de El Varillal, el pasado 12 de junio— no tuvieron misericordia. Ni lo acompañaron en el velorio.
Sus seis hijos y 11 nietos fueron notificados de que su deceso se produjo, el lunes, a las 10:30 de la noche.
“El martes, uno de los nietos llegó al Inass con una actitud muy fría. Se le entregó el informe médico para que tramitara el acta de defunción; sin embargo, solo se limitó a decir: ‘Nosotros no tenemos dinero para enterrarlo. Donen el cuerpo a la escuela de medicina de LUZ’. Prometió volver con el documento y no regresó”, aseveró una de las trabajadoras del geriátrico.
Roberto fue abandonado dos veces: en vida y en muerte. El ataúd marrón permaneció solo, en medio de la capilla del Instituto Nacional de Servicios Sociales (Inass), organismo que se encargó de gestionar el sepelio junto con la Gobernación del Zulia.
El martes, la familia ganada por los azares de la compasión, los vecinos del edificio Jabillo III, le dio el último adiós. Acudieron a llorarlo. Recordaron los momentos que compartieron con él y todo el amor que le brindaron mientras permaneció en la planta baja de la residencia, en Sabaneta.
Sus últimos días generaron hasta sentimientos encontrados en las redes sociales. Marabinos no han logrado entender qué pasó entre Roberto y sus hijos para que hayan tomado esta decisión. Abandonarlo, hasta muerto.
Ayer, el dolor de su partida se percibía en los pasillos del geriátrico. Algunos abuelos oraron por su eterno descanso, mientras otros estaban sentados afuera de la pequeña capilla. Cerca del mediodía se efectuó la misa de cuerpo presente y un rosario que tuvo el acompañamiento de los otros abuelos.
Será hoy a las 9:00 de la mañana cuando lo sepulten en el cementerio San Sebastián. Los habitantes de ‘El Jabillo’ confirmaron que asistirán al entierro, porque “él se ganó el amor de todos. Fue un hombre noble”.
Roberto falleció, justamente, en la víspera del Día del Abuelo, tras padecer una infección respiratoria. Un miembro del equipo del Inass contó que jamás salió del cuadro depresivo en el que se sumergió por el trato que recibió de parte de su familia. Siempre estuvo consciente de todo lo que sufrió. Pese a sus 95 años, conservó la lucidez.
La última vez que se le vio sonreír fue el viernes, 22 de julio, cuando asistió al cierre del plan vacacional del geriátrico, que se desarrolló en el Hotel Venetur. Compartió con sus compañeros y disfrutó de la brisa del Lago.
Sin embargo, esto no logró que dejara de pensar en los amargos momentos de su vejez. “Yo amo la vida, pero quiero que Dios me lleve porque no soporto seguir viviendo sin el amor de mis hijos”, confesó a unas de las empleadas del lugar que se encargaba de llevarlo en su silla de ruedas, tras llegar del paseo.
Somatizó la tristeza que llevó a cuestas durante los últimos 10 años de vida. Roberto llegó al Inass, el pasado 15 de junio, luego de permanecer durante tres días en la planta baja de la residencia, donde vive una de sus hijas, abogada de profesión.
Ella afirmó que no podía cuidarlo porque viajaría, y lo dejó bajo el sol, con una bolsa negra donde le guardó su ropa y pertenencias, aseguraron vecinos. Roberto quedó solo, pese a que seis de los siete hijos que tuvo son profesionales: ingenieros, maestra, bibliotecóloga, e incluso, una médica.
Un grupo de vecinos se encargó de darle el amor y la atención que su familia debía darle. Se convirtió en el abuelo de todos. Durante su permanencia en el edificio siempre agradeció a todos por el afecto: “Son la mejor familia que tengo. Han hecho de todo por mí”, repetía Roberto, cuando lo trasladaban hacia el Inass.
Su traslado al geriátrico entristeció a los habitantes del edificio El Jabillo III, quienes lloraron y prometieron no abandonarlo.
Promesa que cumplieron hasta el final. El pasado jueves fue la última vez que los vio. Sus ojos brillaron de alegría. Conversó cuanto pudo con ellos. Estaba, aparentemente, tranquilo.
En los 43 días que permaneció en el instituto ninguno de sus parientes fue a visitarlo, ni se recibió una llamada para conocer sobre su estado de salud. Cuando fue ingresado presentó depresión, lesiones en la piel y problemas en las articulaciones de una rodilla.
Trascendió que los organismos del Estado podrían tomar medidas legales en contra de los parientes, por el trato cruel. Además, velarán porque los bienes que dejó sean resguardados.