El 24 de julio ha sido, -al menos hasta la aparición del extraño e infructífero gobierno de Maduro-, una doble celebración que siempre se ha tomado muy en serio por todos los sucesivos gobiernos dictatoriales y democráticos. Por una parte, el nacimiento de Simón Bolívar (en Caracas, no en Sabaneta) y por la otra, la victoria naval de la flota patriota sobre la española en el Lago de Maracaibo el 23 de julio de 1823, batalla que consolidó la independencia venezolana.
Por esa razón el natalicio del Libertador se convirtió en día de la Marina, tal como el aniversario de la batalla de Carabobo, el 24 de junio, cuando el ejército libertador dirigido por Bolívar, pero inspirado por Páez le partió el espinazo al dominio español y se transformó en Día del Ejército. El 10 de diciembre era el Día de la Aviación Militar, pero el comandante supremo decidió que, en vez de recordar la fundación del componente, era mejor adelantar la festividad al 27 de noviembre para conmemorar su segundo fracaso golpista en esa fecha de 1992, aquél cruento golpe cuando los Broncos bombardearon Caracas, y el general Visconti terminó escapándose al Perú en un viejo e imperialista pero confiable Hércules.
Atrás quedó la Caracas de techos rojos, ese día salpicada de rojo profundo, un montón de heridos y cadáveres incluyendo el de aquél pobre vigilante de VTV que mataron a tiros los salvajes comandados por el entonces teniente Jesse Chacón, que no pudieron apoderarse de la planta, pero la dejaron bañada en sangre hasta en los techos; -más o menos, pero sin sangre, como cuando Chacón tampoco pudo con el desastre eléctrico que empeoraron año tras año con empeño revolucionario. Chacón ahora es flamante plenipotenciario embajador en Austria donde lo tratan de excelencia, disfruta a plenitud y sin restricciones, las prestaciones sociales de la buena labor cumplida. Aunque no sabemos si ha logrado hablar alemán.
Pero lo que cuenta en esta perorata es que todas esas fiestas patrias han terminado en manos y festejos militares -incluida la celebración del máximo evento civil de la declaración de independencia, de años para acá también Día de las Fuerzas Armadas. Y que todas esas celebraciones, con la pompa de uniformados, sables y ceñudas expresiones, han sido siempre encabezadas por el Presidente de la República, sin faltar una. Hasta que llegaron este año y las peculiaridades de Maduro Moros.
Puede comprenderse, aunque no justificarse, la notoria ausencia presidencial, por primera vez desde tiempos de Gómez, el pasado 5 de julio en el tradicional evento en el Palacio Legislativo, asumiendo, como algún mal hablado ha explicado, que Maduro temió una gigantesca rechifla y algunas otras maldades de diputados, barras adecas y de otros partidos opositores que, aunque nunca han llegado a la peligrosidad de los colectivos, molestan (a los chavistas y sus cómplices).
Tal fue el presunto temor de Maduro, que hasta la formal apertura de la urna de cristal donde se guarda el Acta de Independencia, honor y responsabilidad que corresponden al Presidente, se realizó por una funcionaria de segundo nivel de la cancillería que, como quien no quiere la cosa, andaba por allí. Solidarios con su jefe, el Vicepresidente, los ministros y directivos de los poderes públicos también hicieron puente.
A Nicolás Maduro parece que los santos -y los muertos convocados- se le pusieron de espaldas, porque así como en economía y gerencia del país, tampoco en estas formalidades pega una, y sorprendió a propios y extraños que este 24 de julio volvió a desaparecerse con casi todo su gobierno, dejando a marinos y barcos entendiendo en su tradicional desfile.
No asistió nadie, camaradas, excepto la Canciller Rodríguez y el Ministro de la Defensa, que parecen haber terminado por ser los pagapeos en lo internacional y en lo nacional, respectivamente, de los dislates del presidente obrero. Aunque los cotilleros dicen que la no tan dulce Delcy, con eso de los vientos, volará sin ser aviadora.
Ante tan descarada ausencia, especialmente de un mandatario que busca la falsa e insegura comodidad de sentarse sobre las bayonetas y un gabinete sometido por su propio jefe a la mano militar, empezaron de inmediato variadas e incluso disparatadas explicaciones, casi todas malévolas.
Comenzó a decirse, que la primera combatiente había descubierto, se había enterado, o le habían chismeado -la fuente no está clara- que su cónyuge había embarazado a una de sus ministras y a una diputada psuvista, y se habría armado un comprensible escandalazo, incluyendo platos, jarrones y cerámicas diversas que volaban de un lado al otro, dejando marcas difíciles de ocultar, por lo cual esconderse en la residencia habría sido inevitable. Aclarando que esta versión no es verosímil, aunque de ser cierta se comprendería la solidaridad con la dama ofendida, aunque, ella no fuera de armas tomar, que lo es, y Maduro lo suficientemente anchi-largo como para que ninguna munición enfurecida lo pelase. Ese asunto es un problema doméstico de interés conyugal privado y reservado que a nadie debe interesar ni puede ser de incumbencia pública.
Otros desinformantes de oficio propagaron que Maduro habría salido de carrerita a La Habana en procura de consejos y luces castristas ante el desastre que ya se le viene encima, y para que además le explicaran algunas ironías de Ramos Allup que casi nunca entiende. Este chisme parecía más creíble, especialmente si con alarde de mala suerte nos da por creer que Aristóbulo, quien como una vez maestro suele explicarle esos misterios, esta vez andaría encorajinado y silencioso pues le pusieron una bota militar encima, y por esa misma razón, podría haberse negado a presidir la conmemoración naval en nombre del Presidente, representación que es una de sus responsabilidades.
Este 24, como el 5 de julio semanas atrás, todo el gobierno madurista aprovechó para tomarse un día de descanso, ninguno apareció; curiosamente -¿o llamativamente?- esta vez se hicieron presentes algunos magistrados encabezados por su resplandeciente presidenta –que malucas jergas denuncian de falsificar un titulo-, pero los demás poderes públicos brillaron por su ausencia. A todas estas festividades patrias, es de recordar, Chávez jamás faltó, y desde debajo de su pesada losa en el Museo Militar debe haber agarrado tremenda calentura al ver que su delegado en vez de prender y soplar velas para una cumpleañera torta bolivariana, la puso. Como detalle, tampoco se presentaron el militar retirado Cabello ni el municipal y electoralioso Rodríguez; de éste se entiende, los barcos no son asunto suyo -aunque el recuerdo de Bolívar se supone que si-, ¿pero y el cacareado control militar de Diosdado? ¡Misterios inescrutables del apagado madurismo!
No acaba aquí la siempre malintencionada chismomanía criolla. Otros se han sacado a Nicaragua de la manga, y aseguran que Maduro se habría ido a Managua esos días para conocer in situ, tratar de entender y aprender, cómo fue que su colega Daniel Ortega, versado en esas cosas, logró que el poder electoral y judicial nicaragüense pusieran de rodillas y le complicaran la vida a la oposición anti-orteguista en el propio Poder Legislativo, como nuevo paso en la carrera de Ortega para convertirse en iniciador y consolidador de una dinastía familiar al estilo norcoreano. No por lo dinástico, que Maduro es inheredable además de equivocación, sino por lo de apoderarse de la Asamblea Nacional. ¡Coincidencia no creo ni de vaina!
Veámonos en ese espejo sigamos pendejeando, continuemos peleando cada uno por intereses y cálculos políticos. Tenemos que organizarnos, ponernos las pilas, dejémonos de tanta bolsería, apretémonos los pantalones y ejerzamos cargos públicos con inclusión, democracia, decencia, honestidad y especialmente con firmeza, altura, dignidad, decoro, sobriedad y, si a pesar de los pesares Maduro y compañía se empeñan en hacer lo mismo que Daniel en Nicaragua, que le echen bolas, no seamos cuidadores de puestos burocráticos.
Sentado sobre bayonetas es fácil dar órdenes, el problema es moverse, las bayonetas pinchan.
@ArmandoMartini