Pedro Castro Guillén: Trump como síntoma

Pedro Castro Guillén: Trump como síntoma

thumbnailpedrocastroOír a Donald Trump, en la Convención del Partido Republicano, el Grand Old Party, decir lo mal que están los Estados Unidos, su infraestructura, de la forma en que los inmigrantes indocumentados comenten crímenes horrendos; dibujar unos EE.UU. cuyas fuerzas del orden están bajo ataque en todos los sentidos, como los socios comerciales los estafan, los otros países roban sus puestos de trabajo, como China los saquea. Como todo eso es culpa de Obama y profetizar que esta decadencia se prolongaría si Hillary llega a la presidencia. Mientras que la solución de todos los problemas, alcanzar la situación angélica de la total felicidad, pasa por su elección a residente de la White House. Hace obligatorio una reflexión de mayor calado de las que las he oído a analista de CNN. Pretender despachar una explicación sobre tal nivel de disparates acusando a Trump de populista o de que se debe a la antipolitica, es mi opinión una interpretación superficial, sobre todo porque si cada vez que ocurra algo que no comprendemos lo etiquetamos como populismo y antipolítica, simplemente estamos escurriendo el bulto, porque habría que explicar al menos como y el porqué el populismo y la antipolítica se vienen apoderando de la sociedad norteamericana.

Por eso recurrimos a la noción de síntoma para reflexionar sobre el fenómeno Trump. El sentido de síntoma no es sólo el de indicio de una patología, sino en un sentido social que lo tomamos del psicoanálisis, en el que síntoma consiste en determinar un punto de ruptura heterogéneo a un campo de ideales colectivos determinado. En el caso de Trump, surge el síntoma de la sociedad norteamericana, su patología fundamental constitutiva en el racismo feroz que emerge de manera fluida y desembozada en su discurso. El que el racismo sea el síntoma de la sociedad norteamericana está en la raíz del porque Trump pudo derrotar a sus contrincantes y fue fundamentalmente porque participan de su misma visión racista, lo que los dejaba sin un discurso autentico.

Entonces, la dimensión del síntoma social  es precisamente lo que se opone a los ideales propios de una sociedad, en el caso de los Estados Unidos sus ideales democráticos, de sociedad abierta, diversa y plural se ven saboteados, interrumpidos por el discurso racista. El síntoma racista es una forma de goce, es un mal programa que se opone al programa de ideales colectivos democráticos en que se ha identificado no sólo la gran nación norteamericana sino toda la cultura occidental.





La amenaza de este síntoma racista encarnado por Trump, no tengo la menor duda en plantearlo, reside en el mismo punto en que se constituyó el peligro del nazismo, desde el mismo momento en que postuló al judío como la colectividad que impedía la unificación de la nación alemana en todos sus ideales, porque impedía la resolución de todos sus problemas, es decir, alcanzar el total del goce. De ahí a postular su aniquilación era un simple trámite.

Para Trump, el mejicano (por no decir, el inmigrante en general) indocumentado encarna la colectividad del mal, lo que corroe el goce particular de la sociedad gringa “pura”, aquello a excluir, por ahora construyendo un muro. Pero la xenofobia contra todo lo extranjero que se expresa en su discurso, es una cuestión que produce una profunda inquietud, porque se expresa con un simplismo, que no pude despacharse o restarle importancia diciendo que es simplemente una estrategia de campaña.

Todo el carácter, xenófobo, paranoico y apocalíptico del discurso de Trump, desborda lo estrictamente particular de la coyuntura política de las elecciones de los candidatos norteamericanos a la Casa Blanca, y esto es lo que es además altamente preocupante por los peligros que entraña para todas las democracias occidentales. Hoy vemos como en la cuna de la modernidad, Inglaterra, se acaba de producir su desconexión de la Unión Europea; una decisión altamente determinada por el fenómeno de la inmigración proveniente de los países en guerra del medio oriente. Aislacionismo, xenofobia, paranoia, están en la raíz de la crisis política larvada de la Unión Europea. Si consideramos la debilidad actual de las opciones políticas tradicionales: socialdemocracia, liberales, conservadores, demócrata cristianos, frente al fortalecimiento de las opciones radicales de extrema derecha y de extrema izquierda; No es ninguna temeridad sostener que estamos muy cerca de que estos brotes racista y paranoicos alcancen una mayoría política, con lo que las opciones más extremas tendrán una cada vez mayor oportunidad de alcanzar el poder.

Todo lo anterior supone un cambio de óptica teórica y política, nos exige un intento de conceptualizar los nuevos fenómenos sociales y políticos a los que la actual forma de hacer política y de pensar la política no está dando explicaciones, los están encapsulando en fórmulas que son fofas, no explican nada: populismo, antipolítica.

Un punto de partida en esta búsqueda de encuadrar mejor conceptualmente los problemas que surgen de las nuevas manifestaciones de la políticas, es dejar de verlos como problemas particulares, como anomalías, como excepciones, son problemas más universalizados de lo que se cree, como lo demuestra el reciente problema del Brexit, pero también el surgimiento de nuevos nacionalismos cada vez más agresivos como p.e. el nacionalismo Catalán, las tensiones cada más fuertes a la desintegración en la Unión Europea o el crecimiento del órdago fundamentalista sobre las sociedades occidentales.

En la cultura narcisista propia de nuestras sociedades tardomodernas acosadas por las tensiones y crispaciones de una globalización que ha mostrado en los últimos tiempos una gran incapacidad para estabilizar la economía mundial, se está produciendo una transformación en las sociedades nacionales que conducen a cambios radicales en la percepción del Otro extranjero, lo que ha conducido a cambios en las formas tradicionales de racismo en el sentido de que en el viejo nacionalismo decimonónico el racismo actuaba como su suplemento negativo, como ratificación secundaria que emerge de la afirmación de la identidad nacional. Hoy esta relación aparece invertida el nacionalismo mismo aparece como una especie de suplemento del racismo, o lo que es lo mismo, el nacionalismo en su noción misma está planteado como una forma de racismo, como una defensa contra el Otro que amenaza la identidad nacional desde adentro y desde afuera.

Esta transformación conduce a que las tendencias, racistas, xenófobas y paranoides, que brotan estimuladas por las incertidumbres propias de una globalización estancada, se convierte en una situación que se universaliza y que produce de manera paranoica amenazas a las culturas nacionales, que se tienden a ubicar en el contexto del Otro extranjero o simplemente en amenazas internas como estamos viendo en los brotes nacionalistas en España y otros países de Europa. En estos contextos los mandatos superyoicos superan la racionalidad política tradicional, que en nuestra opinión se encuentra cada vez más indefensa frente a los nuevos fenómenos y problemas, porque carece del marco teórico y conceptual que le permita entender y explicar las nuevas situaciones a que se enfrenta.

Es preocupante para el actual estado de la situación política en el mundo, que un personaje como Donald J. Trump sea el candidato republicano a la Casa Blanca, si tuviera éxito se fortalecerían todas las actuales tendencias sintomáticas de la política, que significaría poner en jaque todos los ideales que desde la ilustración caracterizan a las sociedades occidentales: sociedades abiertas, democráticas, plurales, tolerantes, solidarias y de respeto a la persona humana. El triunfo del síntoma sobre el ideal.

Pedro Vicente Castro Guillen                       @pedrovcastrog