Venezolanos que buscan comida entre la basura cuentan su historia

Venezolanos que buscan comida entre la basura cuentan su historia

Foto: Panorama
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Bárbara Díaz va caminando, mira atenta y se detiene en cada montón de basura que bordea el Mercado municipal de Quinta Crespo, en el centro de Caracas, para hurgar entre pipotes pellejos, huesos y cualquier cosa que le pueda servir para sus tres perros. No quiere echarlos a la calle y los 15 mil 051 bolívares que percibe como pensionada no son suficientes para llevar los gastos de la casa que comparte con su hija y nietos.

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Con su pelo cenizo, apoyada en un bastón, vestida con un impecable suéter blanco y cartera de semicuero, camina lento. Se dobla para mirar más de cerca lo que hay en varios montones a los costados de uno de los mercados más antiguos de Caracas. En su fachada frontal una valla de vinil contiene la frase ‘Garantizando la seguridad y la soberanía alimentaria de Caracas’.
Bárbara selecciona los desperdicios para llevarle algo a sus mascotas. No consume de lo que recoge. Otros, en cambio, emprenden una cruzada para hallar lo que puede ser su única comida del día. Las peleas son frecuentes. Cada uno intenta quedarse con lo ‘mejor’.

—¡Déjale esa comida a los menores, loco!—.

La frase intenta calmar el enjambre de manos que esculcan trozos de carne descompuesta en un envase plástico dispuesto al final de uno de los pasillos de la edificación. Apenas los lanzan comienza la competencia. Adultos de mediana edad, abuelos, niños. El hambre no tiene edad. Cada uno busca con la esperanza de no irse a la cama sin comer.

—Eso es mío, yo lo vi primero—.
—Pana, déjame eso—.

 

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Venezuela llegó a ser el país con los alimentos más baratos de la región, gracias a subsidios y controles de precios amparados en la tesis de beneficiar a los más pobres. La práctica tuvo efectos contrarios, pues el desvío de productos hacia el contrabando y las importaciones fraudulentas para hacerse de dólares baratos le abrieron un boquete a las arcas de la nación. Un desangre que hoy se traduce en anaqueles vacíos y la inflación más alta del mundo.

Que un indigente revise la basura quizá no sorprende a muchos. La imagen de seres humanos buscando entre contenedores y bolsas se observa, incluso, en países económicamente prósperos tanto de América como del resto de los continentes. Lo que hace inusual lo visto en Venezuela es que cada vez más personas se aventuran a los basureros de restaurantes, ventas de comida rápida, fruterías y mercados municipales.

La escasez en Venezuela tiene varias caras. El rentismo petrolero es una de ellas. El chorro de petrodólares marginó la producción nacional, pues al menos un 80% de lo consumido se importaba a dólar subsidiado.

Tal son las ganancias dejadas por la reventa de productos subsidiados que nació el “bachaquerismo” masivo. Vecinos vendiéndole a otros a precios internacionales se alternaron con el contrabando de grandes mafias. Una economía informal se apoderó de los supermercados en lo que muchos analistas han llamado un “pueblo contra pueblo”. El desangre de los anaqueles se ha acentuado en los últimos tres años. La corrupción a todo nivel le puso la mano a la comida.

Las consecuencias se ven hoy en una abrupta caída del poder adquisitivo de los venezolanos que han ido a parar a los basureros. Allí buscan pedacitos de verduras, ‘piquitos’ de tubérculos.

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