Las profecías se cumplen. El panorama es tan desolador como el de aquella Venezuela devastada tras los veinte años de la guerra de independencia; anárquica como la nación que se atascó en los caudillos que ocuparon nuestro siglo XIX hasta que Gómez nos pacificó, incierta e inestable como el período que siguió hasta el memorable 23 de enero. Pero no todo está perdido. En todos aquellos períodos siempre permanecieron impávidas la esperanza y la rebeldía, casi certeza, que nada era definitivo. Las generaciones que nos precedieron sabían que la República fundada en 1811 no perecería para siempre. Esa esperanza heredada como testimonio histórico es la que debemos rescatar en este momento.
Una esperanza rebelde, sin miedo. Sin atajos. Una esperanza que nos convenza de lo que somos y podemos ser y hacer. Una esperanza que aborrezca los mesianismos que pretenden reinstaurarse sobre las ruinas que ha dejado la maldecida revolución chavista. Una esperanza, en fin, que derrote esos aborrecidos elitismos de los partidos y de esos discursos que son un daño irreparable porque no hacen nada aunque digan mucho.
Todos sabemos lo que pasa. Sentimos la desgracia, lloramos las profundas heridas que se nos infligen y soportamos el peso de la humillación a la que nos somete el narco régimen de Nicolás Maduro. Frente a ello sólo tenemos el legítimo derecho a la defensa y a la rebelión. Porque la rebelión no es un artículo improvisado de la constitución chavista, por el contrario, es algo inherente a la venezolaneidad que como sociedad hemos construido desde hace más de doscientos años.
Ni un solo capítulo de nuestra historia está escrito sin rebeldía. Hemos sido rebeldes desde siempre. Y la última de esas rebeliones fue el 6 de diciembre donde la dirigencia opositora recibió el mandato de encaminar de forma no violenta la transición, echando al régimen de delincuentes que secuestró al país. Porque los males que ellos han causado se empiezan a curar con su salida incondicional del poder. Ese mandato que legitimó la rebelión del pasado diciembre no puede seguir siendo ejercido con ambigüedades. No hay que retroceder a veces para no quebrarse, hay que avanzar sin miedo, con rebeldía y esperanza. De lo contrario nadie podrá detener la escalofriante y profecía última de un enfrentamiento cuerpo a cuerpo que tanto daño podría hacernos.
El 1 de septiembre todos debemos movilizarnos. Dentro y fuera de Venezuela. Ejerciendo el legítimo derecho a la desobediencia y la rebelión, no porque se quiera improvisar, sino más bien porque es el camino más sensato y más viable a estas alturas.
Nuestra Venezuela no puede seguir como materia aplazada de la historia sino que debe abrirse camino de una vez por todas. Ha llegado la hora de ser nuevamente el bravo pueblo que el yugo lanzó.