Cuando Lincoln en 1863 dijo, en su discurso en Gettysburg, que la democracia era el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no más estaba reafirmando aquel principio normativo fundamental: la democracia plantea la idea de un sistema de gobierno donde hay un pueblo que se gobierna a sí mismo (del pueblo), a través de sus mismos ciudadanos (por el pueblo), para velar por el bien común y sus beneficios (para el pueblo). Pero en la historia también se han dado casos en donde hombres con alguna pretensión de poder mayor a la esperada, han malinterpretado estos principios, al punto de otorgarle todo un significado contrario a esa acepción original.
De hecho, un gobierno tiránico también puede decir ser un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Y es que “gobierno del pueblo”, no sólo puede significar autogobierno, sino también algo completamente opuesto, como por ejemplo plantear la noción de un pueblo que es objeto de dominación del gobierno, algo a lo cual se puede manipular a conveniencia. Asimismo, “gobierno por el pueblo”, no necesariamente evoca exclusivamente la idea de un sistema de gobierno en el cual es el pueblo el que ejerce el poder, sino que también puede significar gobernar de parte de ese pueblo, como si este último no se encontrara capacitado para hacerlo, o aun peor, hablando en su nombre para justificar cualquier locura. Por último, “gobierno para el pueblo”, no siempre significa para su beneficio, ya que también puede conllevar a actuar con intención de perjudicarlo. Tal vez esta interpretación movió a los grandes dictadores del siglo XX, pero todavía sigue determinando lo político en el país de nuestros días.
El gobierno de Nicolás Maduro no sólo ha visto al pueblo como su posesión, sino que ha creído, junto a una gran cantidad de sus voceros, ser parte de un legado que la historia ha elegido para hablar de parte de él. Y lo más grave del asunto es que ese gobierno para el pueblo en nada ha traído beneficios, porque su mala gestión ha hecho más pobres a los venezolanos, dando claras señales de fracaso e irrespeto a su voluntad.
La voz del soberano ha estado exigiendo un cambio profundo, pero el irrespeto a su deseo en los últimos días ha quedado en evidencia ante la negativa del CNE en informar de una vez las fechas para la realización del revocatorio, y de las elecciones regionales. Ésta ha sido una institución que ha reiterado con mucha firmeza que no se encuentra “sujeta a presiones”, pero se olvida que se debe a la voluntad del pueblo, el verdadero protagonista de las decisiones públicas, las cuales deben expresar sus auténticas aspiraciones. Pues sólo mediante esta forma es que la máxima del gobierno por el pueblo, se hace manifiesta y se cumple, porque el autogobierno del pueblo precisamente plantea la capacidad que tienen los ciudadanos para participar, de manera activa, en la gestión de su vida política. Pero la conducta política que manifiesta la clase política en el poder ha dado muestras de no querer escuchar estas voces. Sin duda, la sordera política se ha impuesto.
Las reglas del juego siempre han sido muy claras: sólo es legítimo aquel poder cuya investidura proviene de abajo, de la voluntad del pueblo, resultado de su consentimiento. Ello constituye una máxima en los sistemas democráticos que claramente ha sido aceptada. Pero también cuando el pueblo ha consentido en revocar a sus gobiernos, por sus pésimos desempeños, se está ratificando su poder de control, porque los gobernantes están obligados a ser evaluados en su gestión, ya que ellos deben servir a los ciudadanos, y no al revés. No respetar esta voluntad sólo significa que la torpeza política ha sido asumida como práctica oficial del gobierno. El costo político al gobierno le sugiere que se pierde menos haciendo la voluntad del pueblo, que ignorándola. Queda de su parte, entonces, saber interpretar el malestar y responder de la forma más acertada. O hacer caso omiso, y asumir las profundas consecuencias.
En nuestros días, todavía la democracia plantea la idea de una sociedad que ha decidido vivir en libertad, no oprimida por la discrecionalidad de cualquier poder político, u oligarquía, sino más bien en la cual los gobernantes responden a los principales requerimientos de sus ciudadanos. La construcción de la democracia que todos queremos, entonces, pasa necesariamente por impulsar los mecanismos constitucionales que pueden traer los cambios que todos merecemos. Recuperar la institucionalidad perdida, reactivar el aparato productivo, traer de vuelta la confianza en la economía, mejorar la calidad de vida de los venezolanos, forma parte del proyecto que deseamos llevar a ejecución. Es por ello que no perdemos la esperanza y seguimos luchando.
¡La voluntad del pueblo, pronto se hará respetar!
@MichVielleville