En su mejor elogio a Lenin, la intelligentsia y los políticos venezolanos absuelven de culpa a la ideología en este desastre.
Unos explícitamente; otros, aseguran que el país es víctima del fascismo. No por incautos, sino por su empatía con la influencia marxista que late en ellos.
El fascismo sí propone una influencia profunda en el tejido social, un gran Estado “definidor” y una serie de incuestionables arquetipos configurados respecto a las interacciones humanas en su estructura corporativista.
Pero como legítimo hijo hegeliano todo esto está circunscrito entorno al dios Estado, caracterizado por una unión absoluta (contraria a toda lucha de clases), su fortalecimiento económico autárquico, su efectiva expansión estratégico militar y su fuente de eticidad. ¿Se vislumbra siquiera una de estos atributos en el “actual régimen fascista de Venezuela”? Más bien lo contrario, aspecto que sitúa al comunismo marxista, como ilegítimo descendiente de la filosofía de Hegel y contrario a cualquier valor patrio por su internacionalismo fundamentalista.
El comunismo propone una colisión entre clases dependiendo de su status económico, cuyo objetivo es la diosificación de un proletariado unido por encima de los valores tribales que caracterizan a cada nación. El interés supranacional debe suplantar al nacional, y por ende el rechazo y en algunos casos, ridiculización del concepto de Patria.
Fascismo y comunismo son liberticidas, pero las distinciones a nivel axiológico son totalmente dicotómicas. El comunismo es antitradicionalista y antipatriótico. A pesar de beber de las expresiones progresistas de la Francia revolucionaria rousseauniana-robespierreana (que mucho apelaron al furor nacional para defender la revolución de 1789) y el cooperativismo owenista de Inglaterra; el fascismo se funda y descansa en un conservadurismo laico y radical; antagónico al férreo radicalismo revolucionario marxista internacionalista apátrida.
Pero sin ir muy lejos, ¿qué ocurre en el ámbito empresarial venezolano?
Poco después del ascenso de Chávez al poder, la empresa privada venezolana fue vilipendiada y acosada por parte del comunismo, sufriendo los peores golpes desde el 2007 en adelante. Que no sólo se dedicó a ello, sino que prefirió alzar los negocios de carácter supranacional –importando desmedidamente– a recurrir a los del país.
Así, siguiendo el modus operandi del manual marxista, los derechos de propiedad fueron erosionando y llevándose consigo las Libertades económicas y de manera absoluta las políticas e individuales.
Recientemente la dictadura decretó un régimen laboral agrario donde la agónica empresa privada es útil sólo para despojarle de sus trabajadores. Y llevarlos a realizar lo que el sistema considere pertinente en sus ánimos de «profundización» del hoyo del conejo.
El trabajo forzado, la sostenida anulación de la propiedad privada –eso que, según Marx, “nos ha vuelto estúpidos”–, la costumbre liberticida característica del régimen chavista, la fijación internacionalista… la respuesta ha echado raíces desde hace tiempo en nuestras tierras. Digan lo que digan las (contra) intelectualidades venezolanas.
Exculpar una ideología de tal talante que se funda en la izquierda –con sus revestimientos posmodernos– es el acto solemne de todo cómplice en la distópica barbarie que vivimos. No hay duda que vivimos en comunismo; y tampoco dudo que los que llaman “facha” al dictador, se encantan en sus sueños mojados por un “socialista real” que de la mano los lleve al solaz de la igualdad. A la equitativa sepultura de Libertades y de nuestra civilización.
Libertad o nada.