A simple vista, pareció ser el acto desesperado de quien tiene mucho que perder y no es para menos. Pero si afinamos el lente, es posible observar que no se trataba de un acto de fe o de lealtad hacia Maduro, sino la puesta en escena de una campaña electoral con miras a una eventual elección presidencial, ya sea luego de un hipotético revocatorio o en el 2018, cuando se aproxime el final del período constitucional.
Y llegó el gran día, 1° de septiembre. La oposición demostró su potencial capacidad de movilización, sorteando con éxito toda clase de obstáculos, en lo que representó una suspensión de hecho del derecho a la protesta y a la libre circulación. Aun así, no llegó a mayores. El horror a la repetición de un nuevo 11 de abril que paralizó de miedo al gobierno, no se concretó.
Diosdado cumplió su misión con creces, salvó a Maduro y con ello adquirió el derecho insoslayable a ser proclamado, llegado el momento, candidato presidencial. No resulta descabellada esta apreciación, dado que todos están en campaña con el mismo fin, tanto en la oposición como en el oficialismo. Diosdado hizo su trabajo, a su manera, como lo que es, y pasará factura.