La marcha opositora realizada el pasado 1 de septiembre en Venezuela representa un excelente punto de partida para analizar la situación del país bajo otra perspectiva. Si bien regularmente solemos referirnos a Venezuela desde el punto de vista de su crisis política, la coyuntura actual después de la participación masiva de la sociedad venezolana en dicha manifestación pública, exige colocarnos bajo la posición de quienes necesitan a toda costa salir de la crisis, antes que la crisis salga de ellos.
Si bien el objeto de la convocatoria había sido la necesidad de presionar a las autoridades electorales para la realización del referéndum revocatorio (RR) para este año 2016, días antes de haberse celebrado dicha marcha, ya el organismo había fijado la fecha para lo que llamaríamos la segunda etapa de este interminable e inédito proceso revocatorio. Aun así, esto no fue suficiente para desanimar a los venezolanos a salir a protestar públicamente por tan descarado abuso por parte del Consejo Nacional Electoral (CNE).
Analistas políticos, medios de comunicación y ciudadanos de a pie coinciden en preguntarse abiertamente sobre el futuro de las acciones a seguir, habida cuenta que la sociedad espera de sus líderes acciones específicas que conlleven a algo más que manifestaciones públicas, las cuales si bien llenan momentáneamente el espíritu, no se traducen en resultados concretos. ¿Y ahora qué?, se pregunta la gente, sin que hasta el momento haya quien les responda algo diferente del consabido revocatorio.
La simple existencia de tamaña interrogante demuestra que hay aspectos de la referida consulta popular que la mayoría de los venezolanos parecieran no conocer a fondo, y de los cuales hasta el presente no hemos escuchado explicar a ninguno de sus líderes políticos. A diferencia de lo que muchos piensan, la obligación de recabar ahora un 20 % de las firmas pertenecientes a personas inscritas en el registro electoral, se refiere no a la conclusión del proceso revocatorio, sino a lo que para el CNE es algo así como “ la ratificación de la ratificación”. Así, a la necesidad de presentar como mínimo 200 mil firmas iniciales, y de las cuales la oposición consigno en el mes de mayo casi 2 millones, y siendo que el CNE el 1 de agosto acepto solamente 399.412, ahora se les exigen recabar 4 millones de firmas más.
Una vez aceptadas como válidas dichas firmas, y fijada la fecha para la realización del RR, la oposición deberá obtener por lo menos 7.587.580, equivalente al número de votos, más uno, de los votos obtenidos por Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales del 2013. De allí, que a pesar de lo terrible que suene decirlo, de lo dramático que resulte aceptarlo, y bajo el riesgo de todo tipo de infundios y sentimientos negativos de quien tenga la paciencia de leernos, basta con realizar un simple ejercicio mental de matemática para entender que si solo para avalar el 1 % de las firmas el CNE demoro 3 meses, para validar el 20 % de las nuevas firmas -salvo que hubiese voluntad política para actuar con honestidad- el organismo electoral demorara como mínimo el doble del tiempo.
Esta situación, respecto a la poca viabilidad de materialización del RR en el presente, no puede interpretarse como la claudicación a la lucha por la restauración de la democracia en un país en donde lo que sobra es talento y gente ingeniosa con ganas de sacrificarse. La amenaza latente respecto a la no realización de la referida consulta debe servir como mecanismo para la búsqueda de otras opciones alternativas, que si bien no eliminen definitivamente la posibilidad del RR, dirijan sus acciones a obtener los mismos objetivos planteados para la consulta popular.
Existen diferentes maneras de enfrentarse a los problemas, sobre todo aquellos que como el caso del RR son previsibles: Una es seguir adelante como si nada estuviera pasando, bajo la esperanza de que algún hecho fortuito pueda ser capaz de evitar el desenlace. Otra resulta simplemente en renunciar e impedir ejercer cualquier otra acción, condenando a millones de venezolanos a seguir el destino que unos pocos han aceptado con esa actitud. Pero existe una tercera alternativa, utilizada en todo tipo de organizaciones, llámese gobiernos, empresas, o hasta en grupos sociales e individualidades. Nos estamos refiriendo a lo que se conoce como el establecimiento de un “Plan B”, o Plan de Contingencia como se conoce en el mundo empresarial o gubernamental.
El plan B no es un plan extraño al principal, el plan B procede en respaldo al plan A. Con el establecimiento del plan B lo que se pretende es prevenir la imposibilidad de conclusión positiva del plan original, evitando el desmoronamiento de todo aquello por lo cual hemos trabajado con ahínco. En otras palabras, el plan B sirve para posibilitar el logro de un resultado efectivo, que no se pudo obtener con un plan anterior. En el caso de Venezuela, si por los motivos antes señalados no es posible llegar con buen pie al RR, tendremos la posibilidad de aplicar otro que ya debería estar siendo estructurado.
En el caso de la situación del país y la necesidad de búsquedas alternativas, basta con preguntarnos ¿Qué puede pasar con el RR, cómo podemos responder si este no se produce, y qué podemos hacer para estar preparados anticipadamente para el caso que no se realizase? Con esto lograremos entender la necesidad de activar todas aquellas medidas alternativas que muchos venezolanos han venido sugiriendo, a fin de precaver las consecuencias que podrían producirse como consecuencia de los requisitos sobrevenidos y de las tácticas dilatorias establecidas por el organismo electoral.
Estamos conscientes que muchos venezolanos han hecho del RR no solo la alternativa pacifica ante la actitud del régimen, sino que la han convertido en la única alternativa. De allí que la sociedad en su conjunto deba esperar la humildad y el espíritu de sacrificio necesario, de quienes han llevado hasta ahora el protagonismo de sus acciones, logrando que ese protagonismo se extienda a todos los venezolanos de bien que poseen ideas tan claras como aquellos, y que están en capacidad de ejecutarlas. Y así como no hay Plan B sin Plan A, no hay Venezuela sin venezolanos.