Al chavismo le podemos reprochar todo menos su intento de supervivencia por la sencilla razón de que todos los seres vivos nacemos con esa necesidad. Es cosa de software humano. Lo que sí podemos reprochar es que en ese intento de sobrevivir el chavismo condene la vida de millones de venezolanos que están pasando hambre, sufriendo por la falta de medicamentos y acorralados por la violencia desenfrenada que reina en las calles.
El chavismo tiene miedo. Lo ha demostrado ampliamente acción tras acción, amenaza tras amenaza. El juego político del gobierno se desarrolla en un tablero donde se exacerban la represión, la brutalidad y el odio. Su verbo es una hemorragia de humillaciones a la nación. Mentiras van y mentiras vienen sin ritmo ni compás. La única regla es la protección del sistema, por encima de cualquier institucionalidad, aun cuando ésta sea la promovida por ellos mismos desde el acto fundacional de la República Bolivariana: la Constitución de 1999. El Gran Hermano existe y se aferra al poder todos los días.
En las últimas semanas la Revolución Bolivariana, o los residuos de la Revolución Bolivariana que preservan “El Legado”, ha desatado una tormenta de represión arremetiendo contra las protestas en todo el país, colocando tras las rejas a más dirigentes de la oposición política y apretando las tuercas de su aparato propagandístico (sistema público de medios de comunicación) que reproduce día y noche la paranoia del discurso violento y colérico de Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Aristóbulo Istúriz y afines.
Proponemos el siguiente razonamiento para comprender la situación planteada: indiscutiblemente el chavismo sin Chávez es diferente. Distinto en su accionar, desordenado, anárquico; distinto también en cuanto a su dirección. Maduro no es el hombre fuerte, tampoco lo son el resto de los caudillos radicales. Todos forman parte de la clase en el poder, más o menos con cierta jerarquía, más o menos con cierto control en sectores del sistema, más o menos con algún tipo de fidelidad partidaria. Ninguno prevalece. Por el momento coexisten. Ese chavismo sin Chávez es militante del fanatismo y la violencia, haciendo de la represión un lugar común en el que toda la nomenclatura se encuentra.
Ahora bien, ciertas cosas parecen evidentes, pero aun así hay que subrayar y aclarar. ¿Por qué la reciente arremetida contra la oposición? ¿Por qué enfilar toda la artillería contra un sector que según la propaganda oficial, la “izquierda crítica” y diversos sectores del folklore político, está errado convocando mecanismos electorales para salir de la dictadura? Simple: porque la oposición es mayoría en el Parlamento y en la calle, porque la crisis es insostenible incluso para aquellos que están acostumbrados a gobernar en medio del desastre, y porque no existe estudio de opinión que salve al chavismo. Como afirmó un analista en un artículo reciente: “si el gobierno convoca una elección de condominio en Miraflores, es posible que las pierda”. Los que ostentan el poder lo saben. En el oficialismo hay miedo, mucho miedo, de otra manera la razia contra la disidencia no tendría sentido.
Ante esta situación la oposición, congregada en la MUD, ha mostrado mucha paciencia y organización, obteniendo por tanto gran nivel de acierto. La multitud movilizada el pasado primero de septiembre fue muestra de ello. Ante el mundo y ante los venezolanos se ratificó lo que vienen gritando los números: un 80% de la población quiere un cambio de gobierno urgente por la vía pacífica.
La Unidad ha dicho que cada movilización de calle debe hacerse con la correspondiente planificación y una convocatoria amplia, disponiendo de los pocos medios abiertos y libres que en este caso se reducen al boca a boca y las redes sociales. El orden y la actitud parca de la oposición han logrado cambiar el juego en el tablero de la represión, la brutalidad y el odio del chavismo, devolviendo el búmeran del miedo a los que durante mucho tiempo han sido los verdugos del país.
Ángel Arellano
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