Colombia dijo NO a los acuerdos de paz resultantes de interminables sesiones de negociación realizadas en Cuba.
El Presidente colombiano, Juan Manuel Santos, muy confiado él, se puso a celebrar anticipadamente la paz con un evento promocional de carácter internacional fuera de lugar.
El tiro le salió por la culata. El plebiscito realizado el pasado domingo derivó en un resultado muy cerrado pero que evidencia una opinión negativa de la mayoría de los colombianos por estos acuerdos de paz, tal y como fueron propuestos.
Una altísima abstención también refleja un rechazo de los colombianos por el tema de la forma como fue presentado.
El conflicto armado en Colombia ha tenido un enorme impacto tanto a nivel de la propia nación como de otros países. Son varias décadas a cuestas y cientos de miles de víctimas.
Por ello, unos acuerdos de paz deberían contar con una abrumadora mayoría por el SI para ser aprobados debidamente. El domingo se demostró estar muy lejos de ello.
Por supuesto, es muy difícil, sin ser colombiano y sin haber vivido estas oscuras décadas, tener una posición definitiva por el SI o por el NO. Baste decir que ambas posiciones cuentan con argumentos muy sólidos de parte de opinadores de peso.
Lo que sí parece claro, es que los pueblos, en general, no parecen estar dispuestos a apoyar tan fácilmente la impunidad cuando de crímenes de alta factura se trata.
Es cierto que la paz, en Colombia o en cualquier país que haya sufrido o sufra un conflicto de gran escala, es siempre deseable.
Pero no a cualquier precio.
Los crímenes no pueden ser premiados. Menos ignorados. Y aun menos perdonados y despachados tan rápida y fugazmente.
En Venezuela estamos viviendo nuestra propia guerra. Un conflicto muy difícil de resolver. En los últimos 18 años se han sucedido demasiados hechos irregulares, ilegítimos e ilegales. Se ha atentado contra prácticamente todos los sectores del país. Difícil encontrar alguien ileso.
Como resultado, para usar un lenguaje figurado proveniente de la religión, lo que tenemos son una serie de pecados “veniales” por un lado, y por el otro una serie de pecados “mortales”, como los denomina un buen amigo, excelente analista político.
Un pueblo podría eventualmente estar dispuesto, en aras de lograr una solución pacífica y salir de su conflicto de la mejor forma, a perdonar, o al menos a postergar, los juicios por pecados “veniales”. Un perdón, o una impunidad tal, podría conseguirse en base a procesos de negociación política indispensables en estos casos.
Lo que difícilmente puede lograrse es que los pecados llamados figurativamente “mortales”, queden sin ser pagados. Las cuentas por pagar demasiadas veces afectan elementos fundamentales de una sociedad.
Con el curso del tiempo, en el país volverá a brotar el tema y una parte de la población se sentirá que no fue debidamente compensada por sus pérdidas, como ya ha ocurrido con otras experiencias.
Si realmente se desea tener una sociedad sana, los crímenes de lesa humanidad y aquellos asociados al terrorismo, al narcotráfico, a la violación de Derechos Humanos, no pueden quedar impunes. Los jefes, como mínimo, deben ser castigados.
De lo contrario, en algún momento en el país volverá a brotar el tema, como ya ha ocurrido con otras experiencias.
¿Cuál es la definición de pecados veniales y cuál la de pecados mortales? Aquí no existe una respuesta fácil, ni aplicable a todos los casos. Pero la raya amarilla que los separa debe ser definida.
Colombia, por encima de su deseo de paz, mostró que tiene un deseo de justicia. Esto no puede ser ignorado por Santos en su inmenso afán de protagonismo por ganarse un Nobel de la Paz, ni por nadie que desee una paz duradera y estable en Colombia.
En nuestro patio, en Venezuela, debemos aprender de este proceso. No cometer los mismos errores. Una frase hace años famosa, cobra hoy plena vigencia: “Prohibido Olvidar”.
Las cuentas por pagar, aquellas más pesadas, deberán ser saldadas. Y sus responsables, objeto de castigo.
Bernard Horande – @BHorande