La designación de Monseñor Baltazar Porras como nuevo Cardenal de Venezuela sería una jugada maestra del Papa Francisco, conocedor de la profunda crisis que vivimos en Venezuela. Su Santidad se habría reservado para estos días el anunció de la consagración del Prelado, haciéndolo coincidir con la confirmación de la Iglesia de que el Vaticano recibió propuestas de gobierno y oposición para incorporarse al diálogo, complicándole aún más las cosas a la narcotiranía, que tendría en este nuevo purpurado un hueso duro de roer. Iglesia y Vaticano no son lo mismo, aunque indivisibles, cumplen misiones diferentes aquí en la tierra, incluyendo vertientes políticas y diplomáticas propias de los Estados en el concierto de las naciones, algo que parecieran no entender la partida de forajidos que detenta el poder, sin duda les quedará clarito, para despecho de ellos, gracias a quien por Obra de Dios portará el Capelo Cardenalicio.
El Papa Francisco, cual buen jugador de Truco, pareciera decirle no sólo al PSUV sino también a la MUD, vengan a mí que tengo Flor, poniendo al frente de la Iglesia venezolana a un astuto goleador, porque, a decir verdad, Monseñor Baltazar Porras viene de ser un prodigioso futbolista, batallar es su fuerte, sus tiros al arco, incontenibles, certeros, al igual que sus mensajes como Pastor, una peculiar combinación que vaticina golazos a los bandos inmersos en la contienda cuya solución estaría en el RR o el diálogo, este último asumido como una treta sin éxito del régimen, con un propósito innoble en pico de zamuro si ocurre la incorporación del Vaticano, no de la Iglesia, a esa conversa, para subrayar la presión ciudadana antes que el viciado carácter institucional de la tiranía.
A Francisco no se le escapa la crisis política y social que padecemos, la inminente desobediencia civil, tampoco los presos políticos que están allí para el chantaje ni los insultos entre el gobierno y la oposición mientras la gente pasa hambre, no se trata de creer o no en Dios, se trata del impacto que en lo político, electoral, económico y social tienen los propósitos emanados de la Cátedra de San Pedro, la mayor de las veces vistos como destinados tan solo a los nichos de santos y devotos, cuando en realidad se superponen a la conducción de las naciones, en las cuales se enclavan como referencia ineludible de equilibrio y ponderación, amén del sentido humanitario transmitido a las acciones de todo gobierno, una realidad innegable que explica el por qué Tirios y Troyanos recurran a la Santa Sede pidiendo cacao, ahogados por la falta de respuestas efectivas al pueblo.
Ejemplos sobran de la intermediación del Vaticano, la más cercana entre Cuba y el Imperio mismo, entendida como una cuestión de Estado, del Estado Vaticano, no admitiría visos de religiosidad, pero igual es Obra de Dios, como lo será la eventual incorporación de los muchachos de Pietro Paroli al diálogo en Venezuela y la consagración de Monseñor Baltazar Porras como Cardenal, ambos hechos con repercusiones políticas tan insondables como los designios de Dios o del Diablo, porque quien cree en Dios debe admitir la existencia del Diablo, y miré usted que más del 80% de los que vivimos en esta Tierra de Gracia habrá llegado a pensar que es cosa del Diablo tener a Maduro como Presidente, aunque cada día luzca más asustado.
El acontecer político nacional se está viendo desbordado por la Obra de Dios, personificada por Francisco, Pietro Paroli y Baltazar Porras, no en vano la Santísima Trinidad es uno de los dogmas fundamentales de la Iglesia, no del Vaticano en su condición de Estado, que sin oponerse a los postulados y/o principios ideológicos de los partidos políticos ni de regímenes de fuerza como el instaurado en nuestro país, cosa que si hace la Iglesia, propicia espacios de encuentro para la solución a grandes problemas de la humanidad, como el que estamos viviendo en Venezuela.
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