Una cosa es la paz y otra su instrumentación. En días pasados apareció un editorial de un diario de Montevideo con una fabulosa definición de Heródoto que nadie en su sano juicio puede privilegiar la guerra sobre la paz porque en “tiempos de paz, los hijos entierran a sus padres y en tiempos de guerra, los padres entierran a sus hijos”. Pero construir una paz sobre la base de beneficios otorgados a terroristas y narcotraficantes, es inadmisible. ¿Es que nuestra contemporaneidad se erige sobre la victoria del mal sobre el bien? La violencia revolucionaria es la gran responsable del conflicto colombiano. La violencia es irracional, hermana del crimen y desprecia el entendimiento.
En nuestra América, la izquierda es el transporte expedito y sin escalas a la premodernidad. En nuestros países hay pobreza gracias a la tesis de la repartición. Hasta que no creamos en el liberalismo económico, el futuro estará siempre en manos del capricho del Estado. Mientras los políticos sean estatistas, repartirán alpiste para los cuervos en que nos han convertido. Sin hablar del fósil de la revolución y su mensaje de regresar a la edad de piedra. Hasta los EEUU y el bienaventurado de Obama, que a todos nos tiene en sus oraciones, sucumbió ante la tiranía fidelista y fue a tomarse unos mojitos en La Habana sin que Raúl hubiese soltado un solo preso político. Entretanto, los noruegos haciéndose los suecos entregan un premio Nobel menoscabado.
Latinoamérica dejará atrás la melancolía y el fracaso cuando asegure su modernidad o postmodernidad económica. Para ese entonces las imágenes de la guerrilla sólo se recordaran en los cromos y los museos de cera. Gracias Uribe y Pastrana por no dejar que el futuro se hiciera pasado.