Por eso, saludamos el gesto del Papa Francisco y del Estado Vaticano de involucrarse en los esfuerzos por encontrarle una solución a la agudísima crisis política, económica y social venezolana que, de otra manera, no derivaría sino en una confrontación recurrente y creciente cuyo paso inmediato sería la guerra civil,
De ahí que, convenga recordar algunas variables que, seguramente, el Papa Francisco y el Estado Vaticano las conocen tanto como nosotros, pero que pueden ser objeto de desvíos y manipulaciones, dado su halo estratégico y multifuncional.
El problema fundamental de Venezuela es, esencialmente, político y tiene que ver con el intento frustrado -que ya dura 17 años- de una élite de civiles y militares marxistas de hacer de Venezuela otro laboratorio en el cual, a través del socialismo, se sacrifican los derechos humanos en el altar de una utopía que ha fracasado en todos los países donde se ha emplazado y no será distinto en la patria de Bolívar.
Por esos laberintos, nos llevaron al hambre, a un escasez pavorosa de alimentos y medicinas, de servicios públicos, de seguridad personal y una hiperinflación del 700 por ciento anual que pulverizó el valor del trabajo.
Por todo ello, Venezuela es hoy una sociedad enferma de injusticias, desigualdad, miseria, en la cual, además, se siembra el odio y la división para que la élite gobernante persista en sus perversos fines.
Pero no sin que el pueblo venezolano, desde que comenzó su tragedia, no haya luchado sin tregua ni pausas para que los cabecillas “del modelo”, ayer Chávez y hoy Maduro, fueran desalojados del poder.
Esa lucha se llama hoy el Referendo Revocatorio que el pueblo venezolano ha convocado para ponerle fin a una crisis humanitaria que es el resumen del infierno socialista.
Y la presencia de la mediación del Papá Francisco y del Estados Vaticano es para darle una mano, muchas manos, al sacrificado pueblo de Venezuela, y no a sus enemigos.