-Sabes. Me dijo, -vengo de la universidad. –Ajá. Le dije. –Es que casi no nos conocíamos. Todos estamos flacos. Tanto, que teníamos que vernos bien para reconocernos. –Y ahora cuando te observo, mi amor. Tú también estás bien flaco.
En la universidad todo está desolado. Las conversaciones, todas, están traspasadas por la urgencia de encontrar comida. –Vi a morocho, al jefe de sección, que es bien chavizta. Su grupo, mis amigas profesoras, las del área administrativa. Todos, todos estamos flacos, unos más que otros.
Y todos hablan de encontrar comida. Unos que no tienen nada en la despensa y otros, que no tienen con qué comprar. Esa tarde, nuestra sobremesa versó sobre los docentes universitarios y el vía crucis del hambre. Tanto, que ella me comentó que ya hay docentes que están acostándose sin cenar, para dejarles algo para el desayuno a sus hijos.
Después de pasar rato hablando llegamos a otra dolorosa realidad. Si bien ésta que menciono es de las más alarmantes. Me comentó que no hay marcadores ni papel para exámenes de lapsos. En los sanitarios no hay agua ni papel higiénico. La universidad es un completo y total basurero.
Los estudiantes y profesores, en aulas de clases y laboratorios, no poseen ni aire acondicionado ni luz suficiente para una buena actividad docente y de investigación. El comedor para estudiantes es asqueroso. La comida que sirven es para perros. El transporte cada vez es más ruinoso. Las becas estudiantiles no son suficientes. Tampoco nuestros sueldos.
-¿Pero qué es lo peor? –Le pregunté. Se queda pensativa. Toma aire y después deja salir su sentencia. –Es que todos estamos pendientes del sueldo, de la comida, y nadie se preocupa de los insumos bibliográficos. ¡De los libros, chico!
Cada vez es más restrictivo el acceso a revistas arbitradas de última generación. Esos famosos resúmenes científicos y de tecnología. Amén de libros donde esté el conocimiento más relevante de los últimos meses.
Nada. Eso ha pasado a un segundo o tercer planos en la sobrevivencia académica. No hay presupuesto y mucho menos, interés para adquirir libros, revistas tecnológicas. Ni mucho menos, equipos cibernéticos. Todo está en franco deterioro y ya en período de obsolescencia. Han perdido vigencia, faltan piezas, se los han robado o entraron en desuso.
Así marcha la Academia universitaria venezolana. En un país que se encuentra en situación de minusvalía, en emergencia humanitaria, la universidad en Venezuela se ha convertido en un desierto académico. Se asiste y se mantiene por la terquedad de un cuerpo docente, de investigadores, junto con estudiantes, personal administrativo y de servicio, quienes se transformaron en misioneros, pedagogos, y entre colectas, rifas y aportes individuales, mantienen funcionando al Alma Mater.
Estas líneas van dirigidas a esos profesores, administrativos, de servicio y muchas autoridades universitarias, que en su anonimato, día a día, sorteando las dificultades de la cotidianidad. Presenciando asaltos, ultrajes, humillaciones, vejámenes y carestía, mantienen la universidad venezolana, republicana, popular, democrática y autónoma, funcionando y transmitiendo los valores universales en la formación de un ciudadano libre y democrático.
Entre las ruinas del Estado venezolano, la institución universitaria es de las más dantescas. Tanto por su infraestructura, mantenimiento de planta física, como la más terrible: el haber descerebrado varias generaciones de pensamiento tecnológico, científico y humanístico. Cuando se haga ese inventario, habrá llanto, dolor y mucha indignación. Pido justicia por ese crimen contra el derecho humano a una formación académica de excelencia y contra el ultraje al Alma Mater de la universidad venezolana.
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