Comparto la idea de que el país jamás debió llegar a la extrema y crítica situación política-económica en la que se está.
Como nación, en nuestras manos lo tuvimos todo para evitarla, pero pareciera que el fracaso nos arrastró, a pesar de los intentos denodados de los más sensatos.
No hemos sabido colocarnos por encima de las banderas partidarias, de los intereses individuales, ni procesar civilizadamente nuestras diferencias.
Históricamente hablando, unos y otros cargamos con parte de la culpa. Obviamente, hay quienes su parte es mucho mayor. Sobre todo, los que pretendieron durante los últimos tres lustros imponernos un modelo de país absurdo, tiránico, colectivista, militarista y mediocre.
Arribamos a un momento en que los caminos institucionales y civilizados se han clausurado prácticamente, y las esperanzas de que alguno se abra se han alejado o son mínimas.
Los venezolanos estamos ante una encrucijada inescapable. O nos plantamos de manera resuelta a defender nuestros valores democráticos y libertarios con vista a poner fin a la barbarie o nos resignamos al sin vivir bajo un sistema político desastroso, humillante y de miseria material.
El gobierno militar-cívico de Maduro se sigue negando a dar un curso viable y concertado a una salida del atolladero en que estamos. El referéndum era el mecanismo idóneo para ello, y ya sabemos los obstáculos que ha puesto a su realización.
No desconoce que de cualquier consulta popular saldrá derrotado. Aferrado al poder como está, busca ganar tiempo con la ilusión de que una subida de los precios petroleros o un milagro lo salvarán de su defenestración del gobierno. Engaña a parte de la comunidad internacional, incluído el Vaticano, fingiendo tener una voluntad de diálogo o interés en acordarse con la oposición democrática, mientras que sigue persiguiendo a ésta, hostigándola, amenazándola, encarcelándola, en fin, violando sus derechos.
El país casi entero lo rechaza y desea angustiosamente que se vaya. No soporta la escasez, el hambre y la inseguridad reinantes.
Llegamos al llegadero. No hay señales de que el gobierno entre en razón, más allá de su retórica engañosa, de su hipocresía aparentando ante los actores internacionales una voluntad de negociación. Está dispuesto a todo, a ensangrentar el país, si eso lo preserva en el poder. Su sector más extremista se ha impuesto.
La dirigencia de la oposición democrática no la tiene fácil. En su seno hay visiones disímiles que en momentos le restan una mayor eficacia en el discurso y la acción. Sin una férrea y sin fisuras unidad, que no excluye los necesarios consensos, sus auspiciosas perspectivas actuales pueden verse comprometidas.
Pero el momento es de suma gravedad y debe actuarse con rapidez y tino, y esto quizás vaya en desmedro del debate. No queda otra alternativa. Una sólida Unidad es la única garantía de triunfo frente a la tiranía.
Aspiramos a que las presiones internacionales se incrementen, todo conforme a las normativas institucionales, y a sabiendas de que lo determinante es lo que hagamos dentro de nuestro país.
EMILIO NOUEL V.