Este diálogo forzado viene en el peor de los momentos, en los cuales hasta los más venezolanos más reticentes a reconocerlo han tenido que admitir lo que el mundo entero sabía hace años, que Venezuela estaba en las garras de una feroz y soez dictadura, manejada por un iletrado apoyado por narco-militares. Sus acciones de las últimas semanas han sido inaceptables para quienes tengan sangre en las venas. Han aplastado los restos de la democracia, han insultado al país decente y ya la justicia internacional los considera hampones de la peor calaña. Cuando el país finalmente se ha decidido a levantarse en su contra, llega esta arremetida desde la extraña confabulación de bandidos y de santos, para forzar un diálogo que representaría una claudicación de nuestra ética ciudadana y una oxigenación de un régimen que nos ha destruido y que lo ha hecho entre risas y burlas.
El agente catalizador de esta confabulación de bandidos y santos, aliados de circunstancia, no es ético sino político. La alianza de circunstancia incluye bandidos y mercenarios que desean perpetuarse en el poder en simbiosis con quienes desean que no se produzcan graves alteraciones de orden público en Venezuela, las cuales pudieran influenciar negativamente intereses geopolíticos de mayor importancia relativa que la suerte de unos cuantos millones de venezolanos. En ese empeño están dispuestos a sacrificar a quienes luchan por su dignidad y por su libertad. Los bandidos no tienen problemas con esto. Los santos deberían tener un sentido de culpa pero ese sentido de culpa pertenece, piensan, al campo de la ética cuando lo que está en acción es un juego político, el mismo juego político que ha hecho posible similares alianzas contra natura para manejar, también de manera inmoral, el caso cubano.
En el fondo la alianza de circunstancia si encuentra puntos de contacto entre el bandidaje y la santidad. Son puntos de contacto ideológico que entrelazan el bandidaje del Foro de Sao Paulo con los santos de la teología de la liberación, que convierten a muchos miembros de los esforzados luchadores sociales Maryknolls en herramientas del extremismo político y que hacen de algunos jesuitas aliados, no querer queriendo, de las dictaduras de izquierda extrema. Estos ingredientes ideológicos están presentes en el caso venezolano aunque no nos atrevemos a decir en cuanta proporción comparados con los genuinos buenos deseos y el genuino amor por nuestro pueblo. Eso no lo sabemos y no queremos ser injustos con quienes pudieran estar animados de los mejores propósitos para aliviar el sufrimiento de nuestro pueblo pero a ellos les digo que no se libera a un pueblo haciéndolo arrodillar como esclavos frente a la barbarie. Se libera a un pueblo compartiendo su resistencia a la maldad y a la corrupción, la tarea que llevó a muchos santos al martirio pero que hoy ha dado paso al deseo de ganar el premio Nobel de la Paz.
Que cada quien siga los dictados de su conciencia. Yo todavía sueño con una Venezuela libre y democrática, la cual no tenga que pagar por esa democracia y esa libertad el altísimo precio de transarse con el bandidaje, la corrupción, el narcotráfico y el robo al por mayor. Porque, si nos transamos, ello será la invitación para que los bandidos regresen, seguros de que el crimen en Venezuela si paga y que los ciudadanos venezolanos son una manada de ovejas listas, una y otra vez, para aceptar en silencio la dictadura de las hienas.
Los analfabetos sabrán que la educación no paga, que lo que paga es la audacia montada sobre los hombros de nuestra indiferencia. Después de todo, dirán ellos, parece que contamos con la aprobación divina.