Bordeando más de medio siglo a cuestas, regímenes tiránicos como el cubano o el de Corea del Norte, han permanecido impertérritos, triunfantes, inamovibles. Hasta se han dado el lujo de resolver los problemas internos de sucesión mediante el método genético de traspasar la banda dictatorial de padres a hijos o de hermanos mayores a hermanos menores. Con envidiable habilidad para comprar siempre tiempo se han sostenido en el poder pese a los esfuerzos del mayor imperio de la historia y se han granjeado, cuando no la complicidad, por lo menos la benevolencia de buena parte de la comunidad internacional. En otras palabras, han sido maestros supremos en el arte de la negociación que camufla el engaño y la traición de lo acordado. Para ellos, todo diálogo no es más que vulgar instrumento para perpetuar la negación de la dignidad humana que encarnan a la perfección. En esa escuela abrevaron los dirigentes de la revolución bolivariana. Las sardinas terminan devoradas porque a su alrededor pululan los tiburones. Es suicida creer en la buena fe de quien nunca tuvo prurito para mentir. Es irresponsable no desentrañar la real intención de montar la mesa mediática, no otra sino desarticular el empuje de la gente. La ingenuidad raya en la torpeza cuando se asume que el déspota cebado en la represión puede ser desplazado a punta de conversa y actas rubricadas. Paradójicamente, el tiempo le sobra a aquél a quien ya se le agotó.
¿Pedagogía política, dijo usted? Disculpe no le haya entendido. En la cola para comprar pan no se oyen los discursos y la de hoy, sin sabor a marcha, amaneció más larga que de costumbre.
Historiador
Universidad Simón Bolívar