El 26 de febrero de este año fue invitado a la XIII Cumbre Latinoamericana de Marketing Político y Gobernanza, que se celebró en las instalaciones del Miami Dade College, una de las instituciones educativas más prestigiosas del estado de Florida, en Estados Unidos. Me correspondió dictar una conferencia sobre El Mensaje Estratégico, y era casi que inevitable hablar en ese momento de lo que significaba “el fenómeno” Donald Trump.
Delante de un público integrado por líderes, periodistas, politólogos y asesores políticos de 12 países de América Latina y EEUU, me referí a la campaña presidencial de Trump y sugerí que si los demócratas querían impedir el avance del para aquel entonces pre candidato republicano, “debían enfocar sus esfuerzos en atacar su mensaje y evitar una confrontación cuerpo a cuerpo, terreno en el cual el magnate era toda una estrella, dada su gran experiencia como showman y hombre de televisión”.
Palabras más, palabras menos, mi intervención se resumió en esta frase: “No creo que Trump sea un hombre carismático. Tampoco creo que la gente vaya a votar por Trump porque es un hombre rico. Creo que lo que hace que mucha gente en Estados Unidos le preste atención a Trump es su mensaje. Hay gente en EEUU que se identifica plenamente con las cosas que está diciendo Trump. Por tanto, el plan no puede ser atacar a Trump como persona, sino más bien, atacar y destruir su mensaje”.
Los resultados del 8 de noviembre pusieron en evidencia lo que muchos ya habíamos advertido: los demócratas equivocaron su estrategia. Concentraron su campaña en atacar a Trump como persona. Maximizaron sus errores y sus equivocaciones. Exacerbaron su racismo y su misoginia. Gastaron millones tratando de hacer ver algo que muchos ya sabían: que Trump era una mala persona, un tipo que no pagaba los impuestos, un empresario que explotaba a sus trabajadores, un depredador sexual que utilizaba a las mujeres como objetos, un mentiroso compulsivo, un hombre que se burlaba de los minusválidos y que constituía un grave peligro para Estados Unidos y para el mundo.
La gente está sorprendida, no porque Trump haya ganado las elecciones, sino porque resulta casi increíble que los habitantes de la nación más poderosa del mundo, donde se supone que habita gente super inteligente, haya decidido llevar a la Casa Blanca a un tipo que concentra las peores cosas de las cuales puede ser señalado un ser humano. Eso suele pasar porque en USA, al igual que en muchos otros países, a la gente no le suele importar lo que eres sino lo que dices. Las elecciones norteamericanas no las ganó Trump, las ganó su mensaje.
“Era un candidato imperfecto con un mensaje casi perfecto”, comentó Ford O’Connell, un estratega republicano que ha respaldado desde hace tiempo a Trump. Donald “logró construir un discurso alternativo e, incluso, una realidad alternativa”, estima Gabriel Kahn, profesor de la escuela de periodismo de la Universidad de Carolina del Sur (USC).
El arma secreta de Trump era su mensaje de cambio anti sistema. Un poderoso discurso anti establishment. Los electores en Estados Unidos, tenían mucho rato mostrando su antipatía hacia el estamento político, la economía globalizada y el bienestar corporativo. Trump, a quien se puede acusar de todo, menos de ser un tipo improvisado, entendió desde el primer día que decidió postularse a la Presidencia, que podía subirse a esa ola de descontento para llegar a la Casa Blanca. Y así lo hizo.
El magnate se valió de un elemento clave: una creciente división en la sociedad americana, entre los caucásicos y las minorías, los residentes de zonas urbanas y rurales, los universitarios y la clase obrera. Analistas en temas electorales dijeron que “su mejor logro fue dar voz al enojo latente en la sociedad norteamericana. Nadie como él supo conectar con esa rabia de raza blanca que añora la hegemonía que pierde ante el creciente multiculturalismo de este país”.
En 1998 Chávez utilizó el descontento, la corrupción galopante y un gran resentimiento social que había en Venezuela para llegar al poder. Trump ha hecho exactamente lo mismo. Pero ha agregado tres elementos más: la xenofobia, el racismo y la rabia. Trump lanzó su candidatura presidencial a mediados de 2015 con estudios de investigación en la mano, en los cuales se leía claramente que la mejor estrategia era esa: apuntar al descontento del hombre blanco, desencantado de la política y temeroso de que los flujos migratorios puedan cambiar el mapa demográfico de los Estados Unidos de América.
¿Cuál fue el gran mérito de Donald Trump? Sin lugar a dudas fue su mensaje, populista y divisivo, que tocó la fibra y se le metió en los poros a vastos sectores de Estados Unidos, sobre todo del americano provinciano y de la clase obrera que trabaja y vive en un próspero cinturón industrial, pero que no termina de ver los resultados de su esfuerzo diario y cotidiano. Gente trabajadora, productiva, de poco estudio, que no ve mejoras en su situación financiera y económica.
Un excelente reportaje en ABC de España, señala que “Trump ha violado una por una las reglas de oro de toda campaña electoral. No es sólo que haya insultado a los votantes. Es, también, que no ha llevado a cabo encuestas serias, no ha organizado a los votantes para ir a las urnas, ha cambiado de equipo electoral tres veces, y apenas ha invertido en anuncios de televisión. En otras palabras: no sólo ha desafiado a la gente que manda, sino que también se ha reído de los procedimientos que en teoría sirven para ganar elecciones”.
Es completamente cierto: Trump parece haber roto el Manual de todo lo que no se debe hacer para ganar elecciones. Su instinto animal le dijo que al norteamericano promedio no le importaba saber si él era una buena persona. Lo que más le importaba era que estaba diciendo lo que mucha gente quería decir. Eso le permitió crear una sólida base de simpatizantes. Al blanco norteamericano, 70% de la población, le gustó el discurso radical de identidad combinado con un populismo económico.
El mensaje de Trump fue tan determinante que 42% de los que votaron por el magnate fueron mujeres: eso quiere decir que a 4 de cada 10 mujeres le tiene sin cuidado la misoginia del próximo Presidente de EEUU. El 58% Los blancos votaron por Trump con entusiasmo. 72% de los hombres blancos sin título universitario salieron a votar por Trump. El 77% de los “enfadados” con las instituciones federales y el 78% de los que consideran que la economía está peor que hace un año también votaron por él. 65% de quienes creen que los acuerdos de comercio internacionales quitan puestos de trabajo a los estadounidenses han puesto a Trump en la Casa Blanca.
Hillary hizo un gran esfuerzo. Pero su extraño comportamiento como Secretaria de Estado y la estrategia de destapar la olla podrida de los correos electrónicos justo una semana antes de los comicios le han jugado una mala pasada. Las minorías que hicieron presidente a Obama, no votaron por Clinton. Sólo el 88% de los negros votó por ella (a Obama lo apoyó el 93%). Los latinos pusieron su parte, pero no fue suficiente. 65% de los latinos votaron por Clinton (con Obama fue el 70%).
En conclusión, la estrategia demócrata fue equivocada. Atacar a Trump por la parte personal no sirvió de nada. Intentar convertir a Trump en un demonio no fue buena idea. Los norteamericanos no estaban buscando a un santo para que asumiera la Presidencia. La mayoría de los electores sólo quería alguien que hablara como ellos y dijera en voz alta las cosas que ellos querían decir. Alguien que hablara sin tapujos, que dijera las mismas groserías que ellos dicen, y que tratara a las mujeres como ellos las tratan.
El resultado de las recientes elecciones en Estados Unidos deja una gran lección para los líderes políticos de América Latina y el Mundo: podrás llegar lejos si logras conectar con la gente. Hay políticos que se preparan, estudian, se forman en las mejores escuelas y universidades del mundo, pero su discurso no apunta en la dirección correcta. En el caso de Venezuela, desde hace algunos años enfrentamos ese gran dilema. Chávez llegó al poder no solamente porque edificó un sólido liderazgo (en un país carente de líderes) tras el golpe de estado del 4 de febrero de 1992, sino porque construyó un mensaje que le permitió identificarse con las grandes masas populares del país. Lastimosamente convirtió a Venezuela en un desastre.
En nuestro país, hay actualmente grandes líderes, sobre todo del lado de la oposición democrática, que no solamente se expresa en la MUD, sino también en el sector de los independientes y de la sociedad civil organizada. Pero es probable que el mensaje que estamos enviando al grueso de la población no sea el más indicado. A veces pareciera que en lugar de mensajes, lo que hay es mucho ruido y pocas nueces.
Consejo: hay que pegar el oído en el asfalto para poder escuchar lo que está diciendo la calle. Así como en Estados Unidos y en Europa hay indignados y descontentos, en Venezuela también los hay y por montones. Esa Venezuela indignada, desesperada, descontenta y molesta quiere expresar lo que siente y padece. Corresponde a los líderes interpretar lo que el pueblo venezolano quiere y desea. Al igual que acaba de ocurrir en Estados Unidos, aquí no sólo importan las caras, los rostros y las personas, también es muy importante el mensaje.
- 12 de noviembre de 2016
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