El motivo central del cuestionamiento reside en haberse incorporado al diálogo con el gobierno, el Vaticano y los expresidentes, sin haber definido con anterioridad una estrategia coherente, sin mantener una política comunicacional transparente y sin que se encuentren en la Mesa las figuras de mayor relieve opositor. Adicionalmente, se aceptó la desincorporación de los diputados de Amazonas y se abandonó la presión de calle, incluida la anunciada marcha hacia Miraflores, y el juicio político a Nicolás Maduro, el cual, aún sin provocar consecuencias legales como la destitución, constituía un mecanismo de reafirmación de la autoridad de la Asamblea Nacional frente a ese Presidente tan inepto y arbitrario.
Algunas de esas críticas son acertadas. La relación de la MUD y de sus representantes en las Mesas de Diálogo con el pueblo opositor ha sido errática, la información ha sido insuficiente y a destiempo. Esta falla ha creado la atmósfera para que surjan los rumores arteros y las sospechas malsanas acerca de hipotéticos acuerdos tras bastidores. No participo en esa comparsa. Cuestiono esas visiones conspirativas. No creo que reunirse con personajes siniestros como Jorge Rodríguez para planificar una tratada contra el país y la democracia sea muy estimulante. Sin embargo, no dudo de que los errores tácticos han minado la confianza y el optimismo de la gente. Se evaporó parte del desbordante entusiasmo mostrado en las marchas del 1 de septiembre y el 26 de octubre.
Ahora se trata de recomponer el piso político de la MUD y lograr cuanto antes la reconstrucción de los canales de apoyo entre el foro unitario y los ciudadanos. No hay espacio ni tiempo para la frustración o el desaliento. La MUD necesita que la gente crea en sus líderes y la gente necesita depositar plenamente su confianza en los dirigentes de la MUD. Este doble vínculo surge de una serie de hecho irrebatibles: la crisis nacional tenderá a agudizarse con el paso del tiempo, ninguno de los indicadores que miden la calidad de vida mejorará, el colapso económico y social puede tomar cualquier cauce, la conflictividad será más intensa porque Nicolás Maduro y la gente que lo rodea y mayor influencia ejerce sobre él están atrapados por la ineficacia y carcomidos por el morbo de la corrupción.
Ante un panorama tan adverso se necesita de una dirección unida, coherente, confiable y, hasta donde sea posible, homogénea. Por allí han surgido unas voces exigiendo la renuncia de los miembros de la MUD y su sustitución por integrantes más aptos y comprometidos con el pueblo. Estas no pasan de ser quimeras. No hay tiempo ni condiciones para emprender un proceso de renovación drástico de la MUD. Menos, sustituirla por otro organismo. Lo que la situación actual impone es demandarle a la dirigencia opositora consecuencia y claridad estratégica. La rendición de cuentas que se les pide a figuras públicas como el gobernador, el alcalde o los diputados, hay que exigírselas a quienes conducen este durísimo conflicto entre la sociedad y una camarilla arrogante que pretende mantenerse en el poder sobre los escombros económicos y morales de la nación.
El replanteamiento del diálogo, para lo cual el Vaticano ha sido un aliado excepcional, constituye una singular oportunidad de curar las contusiones dejadas por los descarrilamientos recientes. 2017 será un año muy duro, peor que 2016. Los demócratas y nuestros numerosos aliados en el exterior necesitamos un liderazgo fuerte capaz de ser interlocutor de la gente que reclama el cambio democrático dentro del país y de quienes a diario nos respaldan en el resto del mundo.
Larga vida a la MUD autocrítica y en permanente revisión de sus obligaciones con sus bases sociales.
@trinomarquezc