Al grito de “me bajan los precios o me los meten presos” llegaron las ofertas de navidad cortesía de la SUNDEE. La llamada Superintendencia de “Precios Justos” se fue de tienda en tienda para darles su aguinaldo a consumidores y comerciantes. En el bullicio más de uno corrió, lanzó codazos, mordiscos y patadas para lograr lo imposible: entrar a los establecimientos marcados por el propio superintendente, a quien en medio de la algarabía, muchos le aplaudían y le coreaban la consigna “así es que se gobierna”.
La decepción vino después, alegría de tísico, como decían las abuelas antes. La gente que esperaba encontrar los añorados precios de gallina flaca, se percató con sus propios ojos que el par de chancletas más barata superaba los dos salarios mínimos. Era el momento donde tocaba irse a casa con las manos vacías y rojas rojitas de tanto aplaudir, por cierto, en vano.
En paralelo, otros corrían con mejor suerte, los privilegiados, para no decir los enchufados, que aprovechaban las ofertas de sus panas y salían cargados con varias bolsas. Los cálculos aquí se nos complican, ellos ganan en dólares, no en salarios mínimos en bolívares como el resto de los venezolanos.
En el centro de toda esta rebatiña quedan los comerciantes, a quienes ni siquiera se les permitió el derecho a queja. “No me muestres nada, que ustedes nos caen a coba siempre” decía la autoridad, en un tono muy profesional y apegado a la ley del me da la gana.
Pero a diferencia de los tiempos del llamado “dacazo”, la gente hoy perdió el poder de compra y los afortunados que recibieron aguinaldos, los tuvieron que gastar en comida o en pagar deudas. No les importa nada, solo el show, como si los venezolanos se fueran a comer el cuento del Robín Hood, cuando lo que están es comiéndose un cable.
Mientras se va el 2016, el año próximo amenaza con hacernos añorar este que termina. No hay rectificación posible porque lo único que se juegan es su permanencia en el poder. Que sigan las ofertas o mejor dicho: la liquidación de un país en ruinas.
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