Fue una semana curiosa para que el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, lanzara un programa de radio tan alegre.
Parecía probable que la polarización política en Venezuela desembocara en violencia callejera generalizada la semana pasada hasta que la intervención divina, en forma de conversaciones mediadas por el Vaticano entre el gobierno y la oposición, provocó que todos dieran un paso hacia atrás. Dos sobrinos de la primera dama de ese país tienen programado un juicio federal por narcotráfico en Nueva York esta semana. La inflación llegó a niveles tan graves que los negocios han comenzado a pesar, en lugar de contar, pilas de bolívares, cada vez más devaluados.
Sin embargo, no hubo ninguna pista de que todo se estaba derrumbando en el palacio presidencial durante la emisión de Maduro de “La hora de la salsa” hace unos días. El programa de radio conducido por el presidente se transmite todos los días al mediodía en la estación de radio gubernamental, en homenaje a la herencia cultural del país y la esencia “de un pueblo que la oligarquía nunca podrá decodificar ni entender”, según explicó Maduro en la primera transmisión.
El propósito del programa, que el presidente juró conducir incluso cuando esté en Arabia Saudita, Moscú o La Habana, es “multiplicar la alegría, porque nuestro pueblo tiene derecho a estar alegre”.
La historia ofrece una larga tradición de dirigentes sitiados que se han mostrado lentos o renuentes a captar la gravedad de sus problemas cuando su estancia en el poder es inestable. Es imposible afirmar que los días de Maduro en el poder estén contados, pero es difícil imaginar que durará mucho más tomando en cuenta el deterioro de la situación económica, y los líderes de la oposición discuten cómo deponerlo.
No obstante, en lugar de hacerse menos visible, Maduro parece disfrutar más que nunca estar bajo los reflectores. Es desconcertante, e incluso causa perplejidad, ver al presidente socialista de Venezuela transmitir su vida a través de videos de deficiente producción compartidos en las cuentas gubernamentales en redes sociales (“La hora de la salsa” se transmite en Periscope y Facebook). ¿Vive tan en la negación como sugiere su vivaracha imagen pública? ¿Su locura sigue algún método?
Aunque no hubo respuestas definitivas en las selecciones musicales de Maduro, sí que dio algunas pistas. Afirmó darse cuenta de que “debía comportarse” y aceptar el “espíritu del diálogo nacional” con los representantes del Vaticano presentes en su país, pero las canciones que transmitió estuvieron lejos de ser conciliatorias. Una de ellas fue “Indestructible”, de Ray Barretto, una canción desafiante sobre salir victorioso a pesar de todo pronóstico. A sus oponentes en la asamblea nacional, que la semana pasada consideraron efectuar un juicio político para hacer un catálogo de todas las fallas de Maduro, les dedicó “Tú loco loco, y yo tranquilo”, de Roberto Roena. Mientras sonaba la canción, Maduro, en una camisa verde aguamarina que le quedaba suelta, bailó con su esposa, Cilia Flores, quien ostenta el título de primera combatiente en lugar del de primera dama.
Las apariciones del presidente en las redes sociales son una continuación de la estrategia de comunicación que comenzó su predecesor, Hugo Chávez. Este último conducía “Aló, presidente”, un programa de variedades sin guion que en ocasiones se alargaba durante horas y horas. Pero Maduro carece del carisma y los agudos instintos políticos de Chávez, quien parecía entender cuándo era mejor perderse del ojo público.
Entre canción y canción, Maduro aclamó el récord de derechos humanos en Venezuela mientras parloteaba con la ministra de Relaciones Exteriores, Delcy Rodríguez, quien habló desde un encuentro diplomático en Ginebra. Criticó a los nuevos gobiernos de Brasil, Argentina y Perú, y expresó su esperanza de que las naciones sudamericanas y caribeñas algún día se agrupen como un bloque políticamente cohesionado. También les recordó a sus escuchas que cumplirá 54 años el 23 de noviembre.
“Estaré recibiendo regalos hasta el 31 de diciembre”, dijo Maduro, y añadió que esa fecha límite es flexible. Reflexionando sobre sus 54 “bien vividos” años, afirmó que se sigue sintiendo lleno de vitalidad: “Me siento como de 15”.
Publicado originalmente en el New York Times