Luis Alberto Buttó: La receta

Luis Alberto Buttó: La receta

La receta para la conservación del poder, practicada históricamente por regímenes autoritarios, no por manida ni manoseada pierde su efecto devastador cuando se aplica minuciosamente sobre pueblos oprimidos. El orden en que se presentan los factores no altera el resultado. Elemento uno: el autoritarismo experimenta prurito cero al momento de apelar a cualquier recurso disponible, por más ruin que éste sea; la mentira, la violencia, el fraude, la persecución y los maltratos selectivos, el aprovechamiento de los recursos oficiales, ventilar de manera rastrera intimidades de oponentes a través de la propaganda, el insulto soez que busca granjearse la simpatía de mentes ancladas en instintos primarios, la burla despiadada, el culpar a tirios y troyanos de las propias maldades, errores e incompetencias, etc. Todo aquello que minimice las posibilidades del contrario y/o lo haga aparecer como débil, falaz, entregado, timorato, sumido en contradicciones, con agendas ocultas, es válido y el autoritarismo lo utiliza con sistematicidad despiadada, tal como lo aprendió de la maquinaria totalitaria, léase fascista o comunista.

Elemento dos: cuando el autoritarismo se percata de que el adversario suma fuerza considerable, busca resquebrajarle la capacidad de convocatoria y movilización. Lo manipula retóricamente al punto de hacerle sentir temor, vergüenza, confusión o indecisión previas a decidir las acciones por desplegarse pues se aprovecha de su incapacidad de inventiva para descubrir y poner en práctica fórmulas tácticas que no contradigan la estrategia basada en principios democráticos. En el ínterin, compra tiempo con mecanismos como la supuesta disposición a negociar lo que, en verdad, nunca negocia, pues implica contradecir su esencia. Tiempo que, no casualmente, aprovecha para avanzar en lo programado, independientemente de lo descabellado que ello pueda ser, lo cual logra sin rechazo efectivo, pues el otro lado se mantiene a la espera de rubricar lo ofrecido en medio de la palabrería.

Elemento tres: al evaluarlo, con razón, como cardumen desorientado, el autoritarismo atrapa al liderazgo opositor en las redes tejidas por la evidenciada torpeza de éste al momento de construir propia y adecuada narrativa. Al final, los líderes opositores terminan braceando en el relato del mandato constituido: discuten lo que el poder les obliga a discutir, se abstienen de cuestionar los referentes erigidos por el discurso oficial y callan lo que no se atreven a ventilar en función de persistir en la acera de lo políticamente correcto. El propio liderazgo opositor se encarga de silenciar las voces consideradas disonantes en medio de la prédica del apaciguamiento y la cobardía para reconocer y asumir errores de juicio y trastadas voluntarias. Elemento cuatro: el autoritarismo estimula divisiones en el movimiento opositor. El autoritarismo sabe que siempre hay quien se venda, siempre hay quien piense con base en cálculos personales, siempre hay quien, consciente o inconscientemente, termine haciendo el papel de tonto útil o de peón del veneno. En este sentido, sólo le basta tocar la tecla precisa y lo demás fluye sin cortapisas.

Mientras tanto, la gente sigue atrapada en sus angustias cotidianas: cambiar un billete de cien por dos de cincuenta; verbigracia. Adiós a la política, sería buen título para la película. En los días que corren, en cierto país de América del Sur, no es precisamente la receta del plato navideño la que se cocina.

Historiador

Universidad Simón Bolívar

@luisbutto3

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