“Literalmente no tenía qué entregarle al ladrón esta vez”, relató Andrés Domínguez, estudiante de Comunicación Social.
Por Javier Cedeño Cáceres / El Nacional
Hace cuatro meses, al salir de clases, se dirigió a la estación Teatros de la Línea 4 del Metro de Caracas, aproximadamente a las 7:00 pm. Justo antes de entrar a la estación, un hombre se le acercó y lo amenazó con un cuchillo para que le entregara sus pertenencias. En vista de que se encontraba solo e indefenso, entregó el celular y 300 bolívares.
Al día siguiente, realizó el mismo trayecto hasta el Metro con un celular prestado. Nuevamente en la entrada otro hombre lo asaltó. En esa ocasión la mayor preocupación de Domínguez era que no tenía qué entregarle al delincuente porque, en Venezuela, eso puede significar una sentencia de muerte. Tuvo “suerte”: el ladrón lo despojó del pequeño teléfono y se retiró.
“Estaba muy asustado. Aún lo estoy, pero tengo que seguir yendo a clases. La falta de seguridad e iluminación hace el lugar oportuno para los malandros, por confiado me pasó eso dos veces”, dijo.
Para nadie es un secreto que los robos y hurtos en el transporte público son comunes. Los usuarios del Metro de Caracas consideran que este servicio es una opción “más segura” para realizar su trayecto diario, en comparación con las camionetas. Sin embargo, en el sistema de transporte subterráneo inaugurado el 2 de enero de 1983 y que fue catalogado como modelo en Latinoamérica, las cosas han cambiado.
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