La imagen de Octavio Lepage me es familiar desde mi infancia, en el exilio en Europa, en Madrid y en París, luego en Nueva York, nuestra casa siempre fue un hervidero de actividades políticas contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, se editaban hojas de accidentada periodicidad, se hacían reuniones formales de los exiliados adecos e independientes, mi mamá dictaba conferencias y escribía artículos, en el Temoignage Venezuelien, los dirigentes de AD, Gonzalo Barrios, Luis Augusto Dubuc, Ana Luisa Lloverá, José Francisco Sucre Figarella, Carlos A D´ascoli, José María Machín, Luis Esteban Rey, Silvestre Ortiz Buraran, Jorge Murillo, Albino Ruíz Colón, Juan Liscano Velutini, todos los que llegaron al viejo continente…
Octavio había sido el primer Secretario General de Acción Democrática, a la caída de Rómulo Gallegos, el muy joven abogado de apenas 25 años de edad comenzó la organización de los cuadros que asumirían todo el peso de la lucha clandestina, cuando se incorporó Leonardo Ruíz Pineda, virtualmente lo obligó a asumir su cargo, ya que Leonardo se negaba a desplazarlo de la jefatura del partido, una vez que lo convenció, asumió él la secretaría de organización, después estuvo recluido en la Penitenciaría General de Venezuela, en San Juan de los Morros, por cuatro interminables años, bajo el sol abrasador del Guárico. Después, el laborioso exilio en varías capitales europeas, yo tenía apenas 10 años de edad y él 30, pero así como me ocurrió con Alberto Carnevali, cuando estuvo enconchado en la casa de mis padres, supongo que mi muy precoz curiosidad intelectual, especialmente por la historia y la política, los llevó a ambos a ser mis “amigos” –distancia abismal de por medio- Alberto me regaló la Rebelión en la granja de Orwell y me bautizó “el adalid”. Octavio me hablaba de Kemal Ataturk y despertó en mi una admiración por el fundador de la República turca, que conservo intacta.
A la caída de la dictadura, yo tenía catorce años, Octavio se desempeñaba como Secretario General de Caracas, allí de Sordo a Peláez, iba yo a pedir su guía en mis primeros pasos en AD, él había fundado y dirigía un semanario político, que había bautizado –por innegable influencia de Albert Camus- “Combate”, recuerdo que para nuestro asombro –no susto- Octavio tuvo que viajar a una reunión interparlamentaria y nos dejó a Virginia Olivo (hoy esposa de Humberto Celli) y a mí, dos “cunénes” encargados del flamante semanario.
Luego, ya yo dirigente juvenil en Miranda, Octavio me asesoraba y hasta alguna vez me hizo una chuleta, para algún pleno juvenil, en pocas palabras fue mi ductor en mis primeros pasos políticos, tuve y tengo un gran respeto por su inteligencia y solidez política, sin duda el más valioso y mejor formado dirigente de su generación, de la que formaban parte dos presidentes (CAP y Lusinchi) y lideres de primera magnitud como Reinaldo Leandro Mora, Luis Piñerua Ordaz y otros mas jóvenes como Carlos Canache Mata.
La política “la inventó el diablo” dicen por allí, en esa actividad enajenada que nos consume, algunas virtudes para un mortal común, se convierten en terribles defectos, Octavio ha tenido siempre uno de los peores, su carencia absoluta de ambición personal. Mi madre, quien siempre dijo que Octavio no era su amigo sino su hermano, lo censuraba con acritud, cuando le decía “vas a ser el Gonzalo Barrios de tu generación”, ajeno a la parafernalia y a las apariencias del poder –en eso me parezco a él- recuerdo como se incomodaba cuando, siendo embajador en Bélgica, le decían “excelencia”, siempre pulcro, sobriamente elegante, de fina inteligencia y lengua de estilete, aguda sin crueldades innecesarias.
Rómulo vino a “descubrirlo” durante su breve gestión diplomática en Bruselas y se lamentó de no haberlo incorporado a su tren ministerial, desde entonces lo distinguió siempre y era su candidato in pectore, para la presidencia del partido o del Congreso, si Piñerua ganaba las elecciones en 1978.
Hoy estamos intentando digerir la angustia, ante las noticias de su gravedad, tiene 93 años de una vida intachable, sus “Hojas de ruta política” son, para sorpresa de quienes no le conocen en su plenitud, una novedad por su claridad y serena densidad y para todos los opositores y combatientes de esta hora de deplorable decadencia nacional, una referencia invaluable.
Alfredo Coronil Hartmann es abogado y administrador público. Magister y doctor (Ph.D.) en AdministraciónPública