Vea las imágenes de la famosa avenida 72 de Maracaibo de este jueves 12 de enero por la tarde y ponga usted el número, querido lector. ¿Cuánto? ¿100 mil? ¿120 mil? ¿140 mil? ¿Más? ¿Menos? Sí, atrévase y acepte el reto de colocar usted el número, estimado lector.
Cualquiera sea su cifra, lo verdaderamente relevante es que en este país y en este momento de enfriamiento, incertidumbre, desmoralización y desesperanza nadie, ab-so-lu-ta-men-te na-die, está en condiciones de hacer un acto político de semejante envergadura y dimensiones como el montado por Manuel Rosales y su partido Un Nuevo Tiempo.
Cualquiera sea su estimación, la verdad es que la larguísima avenida se reventó de gente hasta extenderse por las transversales. La verdad es que quedó chiquita. La verdad es que el río humano agolpado sobre ella fue a oír a su líder indiscutible. La verdad es que ese pueblo salió contento y esperanzado. La verdad es que el liderazgo de Manuel Rosales sigue vivito y coleando.
Por supuesto, siempre hay quien puede decir no haber salido satisfecho por no oír lo deseado, o sea una sarta de ofensas contra Nicolás Maduro, suerte de bálsamo para calmar las ansias de acabar con la dictadura. Que no le gusta Rosales porque “él es un traidor”, pese a estar siete años en el exilio y un año en prisión. Que él “es un vendido liberado por apoyar al diálogo”, no importa que siga inhabilitado, sin poder salir del país y bajo régimen de presentación. Nada. Es un “colaboracionista”, “apaciguador” y punto, que “no se vendió sino lo compraron”, no importa que otros liberados consiguieran su libertad sin apoyar al diálogo. Esos son héroes. El malo es Rosales.
No hay modo. Ya lo sabemos, si el Vaticano promueve el diálogo, “ese Papa es un comunista”. Porque el error no es haber desmontado las movilizaciones, acudir al mismo sin unas condiciones mínimas que no se garantizaron y los errores cometidos en su implementación sino “dialogar con el enemigo”.
Por lo demás, volviendo al acto, siempre hay quien puede llegar a proferir insultos contra esa “gentuza”, esa “pobre gente”, “engañada”, por asistir tan masivamente al acto. E incluso quien puede llegar a espetar que “Maracaibo no es el Zulia” o que “el Zulia no es Venezuela”.
También hay quien simplemente pone a volar el lado más perverso de su imaginación y suelta todas sus nauseabundas creaciones por las redes para intentar desacreditar el acto y a su protagonista principal. A esos les recomendamos que vayan tomando algún calmante, ahora es cuando hay Rosales para rato y para más allá del Zulia. Pues, como él dijo: “ya mandé a buscar mis botas para meterme en los barrios y urbanizaciones para ir a luchar con la gente”.
Después de ocho años de ausencia, Rosales regresa para retomar el camino de la lucha “constitucional, democrática, electoral y pacífica” que él proclamara en el 2006 como el único camino para superar esta terrible pesadilla. Esa es la ruta para reconquistar la democracia como condición básica para alcanzar el bienestar, la paz y el progreso.
Se trata de asediar democráticamente al régimen. Retándolo a contarse, enfrentado sus abusos, denunciando su corrupción, torciendo sus mentiras con la verdad, atreviéndose a salir del marasmo en el cual la incertidumbre nos ha hundido, superando los errores cometidos, hablando con la verdad al pueblo, evitando las falsas promesas. Arrinconándolo con iniciativas democráticas que están en la Constitución y las leyes, son muchas, es cuestión de un plan para actuar.
La idea es dar contenido social a la lucha por el voto, restableciendo la esperanza de que por esa vía si es posible un mundo mejor. De todos estos temas habló Rosales este jueves 12 de enero con su particular llaneza y su peculiar estilo hasta conmover y arrancar lágrimas y risas a ese pueblo que lo esperaba. Queda claro, parodiándolo un poco, que a Rosales ni lo mataron ni se murió, sino todo lo contrario.