La mujer salió del supermercado sintiéndose afortunada por haber conseguido aceite y harina de maíz, pero poco después de pisar la transitada avenida de Caracas fue abordada por cuatro niños que sin mediar palabra comenzaron a golpearla y empujarla hasta que cayó aparatosamente, para luego ver a sus agresores irse corriendo con sus bolsas de comida, reseña El Nuevo Herald.
En Puerto La Cruz, a 320 kilómetros al este de la capital venezolana, un ama de casa emerge con rapidez del mercado, y temiendo los robos que a diario ocurren en el lugar, usurpa un taxi que había sido detenido por otra mujer, colocando descaradamente sus compras en la maleta del vehículo. Pero la gracia le sale cara. Cuando iba a recoger la última bolsa del suelo, el taxista se monta en el carro y arranca con la preciada carga.
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En Carora, en el occidental estado Lara, un hombre es arrestado por hurto y sale encapuchado en una foto. ¿El botín? Un pedazo pequeño de queso blanco que el detenido confesó haberse llevado sin pagar porque su familia tenía varios días sin comer.
Estos son solo algunos de los incidentes registrados en las últimas semanas en Venezuela, donde el colapso económico de los últimos tres años ha propagado un fenómeno que era virtualmente desconocido en el otrora opulento país petrolero: el delito famélico.
La nación sudamericana ya tenía fama de ser una de las más peligrosas del mundo –pero el advenimiento de la más severa crisis en la historia moderna del país– está por un lado llevando a los delincuentes a incorporar la comida en su lista de botines, y por el otro, empujando a un desesperado segmento de la población a incursionar por primera vez en el delito, dijeron expertos.
“Desde hace unos dos años, en Venezuela, ha explotado una crisis económica tremenda, con una inflación que supera el 800 por ciento y una escasez terrible de alimentos básicos”, explicó a el Nuevo Herald desde Caracas el abogado y criminalista, Luis Izquiel.
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