Con una oposición aún dispersa y confusa, el régimen se sigue moviendo con facilidad para reforzar sus mecanismos de control social. Las estrategias de control para asegurar la permanencia del chavismo en el poder fueron tomadas de la experiencia cubana. Fue iniciativa del propio Chávez reeditar una versión criolla de los Comités de Defensa de la Revolución para empadronar a la gente y establecer un mecanismo eficiente de control político y social.
Las comunas y su ley fueron un intento serio por parte del régimen de imponer un sistema de Estado “policial” que prácticamente haría imposible la oposición y la disidencia. La idea fue abandonada en el camino por pereza o ante la convicción que la revolución vivía sus mejores tiempos y que todo ese esfuerzo era innecesario.
Fue solo hasta diciembre de 2015, cuando el gobierno enfrentó su primera derrota electoral significativa, que entendió la urgencia de retomar viejas estrategias de control político y social para frenar a unas masas que se volvían en su contra. El desplome electoral del PSUV y la misma crisis económica aunada a la incapacidad del gobierno para ofrecer respuestas, ha obligado al régimen a crear un aparato paralelo para tratar de controlar a los ciudadanos.
Aunque el régimen ha tratado de darles vida una y otra vez a las comunas para convertirlas en una forma paralela de gobierno, se ha encontrado con el desgano de sus propias bases. La gente está cansada de promesas y mentiras. Las asambleas comunales auspiciadas por el gobierno, se estaban convirtiendo en centros de conspiración de las bases chavistas contra el régimen; y en algunos casos, en focos de exclusión social y corrupción, lo que aumentó el malestar de la gente.
La volatilidad de la situación política ha llevado al régimen a afinar sus acciones para controlar a las masas. El carnet de la patria, combinado con los CLAP, los cuadrantes de la paz y la misión Barrio Adentro, son estructuras que surgen desde el gobierno con la clara misión de controlar políticamente a la población al regular el acceso a la comida y a los beneficios, a cambio de apoyo político y el establecimiento de un mecanismo de vigilancia y represión contra la disidencia.
La primera parte de esta estrategia es el “empadronamiento” masivo de las bases chavistas para hacer un inventario real de lo que se tiene. Luego viene una fase de depuración para determinar quienes realmente están con el régimen y quiénes son chavistas críticos. El objetivo es convertir a los que son “patria o muerte” con el régimen, en los vigilantes del resto de los ciudadanos. El incentivo será comida, medicinas y prebendas.
Este universo de chavistas enchufados a los beneficios del régimen en todo el país podría llegar al millón. Pero este millón de espías, estratégicamente repartido por todo el país, tendría la misión de controlar social, política y militarmente a los otros 12 millones que están fuera de esa matriz.
Ese millón de chavistas, actuando como agentes directos de la dictadura, organizados por cada cuadra, por poder y con recursos, son suficientes para chantajear y dominar al resto de la sociedad. No es nada nuevo. Es una vieja y efectiva práctica leninista: “el peso de la minoría organizada se impone a la mayoría desorganizada”. Es la dictadura de la minoría que se impone a través de mecanismos eficientes de control social. Solo la organización de las mayorías nacionales podría efectivamente desmembrar a este monstruo que aún se encuentra en estado de gestación.
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Humberto González Briceño
Maestría en Negociación y Conflicto
California State University