La política de Obama para América Venezuela Latina fue verdaderamente nefasta. Su único interés fue promover una supuesta “estabilidad”, aunque eso significase perdonar los crímenes de Fidel Castro, olvidar los actos terroristas de las FARC, e impulsar un absurdo diálogo en nuestro país.
Obama coincidió con Chávez en su apoyo a Zelaya y su condena a Micheletti, al igual que muchos dirigentes de la MUD. Obama se disgustó con la destitución del obispo paraguayo Fernando Lugo, y con el impeachment de Dilma Rousseff, tanto o quizás más que el propio Maduro.
Fue el Departamento de Estado de Obama el que le impuso a la MUD el camino “pacífico, electoral, democrático y constitucional”. Obama fue el verdadero autor de la frase “un golpe es lo peor que podría ocurrir en Venezuela”, repetida mil veces por Capriles y Ramos Allup. Cada vez que Maduro estaba a punto de nocaut, llegaba Thomas Shannon de urgencia, para suministrarle oxigeno artificial, mediante un supuesto diálogo.
Si los militares institucionales se hubiesen atrevido a repetir la hazaña del 23 de enero de 1958, para derrocar a Maduro y restablecer el orden constitucional, Obama habría sido el primero en condenarlo, y en promover sanciones internacionales contra el nuevo gobierno venezolano.
Pero el triunfo de Donald Trump abre un panorama totalmente diferente. A pesar de su actitud antipática hacia los mexicanos, Trump es anticomunista. No tendrá un comportamiento complaciente con el régimen de Maduro, ni se opondrá a que sea derrocado, aunque no mueva un dedo para que eso ocurra.
En resumen: ahora que se ha evidenciado la imposibilidad de una solución electoral a nuestra crisis, los militares institucionales tienen luz verde para intervenir. Tienen la justificación social, política, jurídica, y moral; cuentan con la bendición de la Iglesia y con el respaldo del pueblo venezolano; y por si fuera poco, ya no tienen el impedimento del gobierno norteamericano.
@LuisSemprumH