El gobierno existe para garantizar los derechos y libertades ciudadanas, para velar que todo el mundo tenga acceso a una educación, salud y alimentación de calidad. Es su obligación trabajar para que esto sea así, sin que medie otro interés que el bienestar colectivo, sin que prive otra condición que no sea la de ser venezolano.
Pero cuando un gobierno saca provecho de su responsabilidad política para obtener dividendos partidistas no estamos frente al cumplimiento de un deber constitucional, sino frente a la implantación de un sistema de control social.
Explicado en otros términos, el gobierno – partido usa la estructura del Estado para mercadear derechos y garantías a cambio de apoyo político. Pero ustedes dirán ¿Qué gobierno no ha hecho eso? Posiblemente tengan razón, es práctica común en Latinoamérica, lo que no es común es que el ciudadano se quede sin opciones de elegir y hasta para satisfacer las necesidades más básicas tenga que acudir de mano extendida al poder pidiendo ayuda.
En estos dieciocho años hemos transitado varias etapas de control social, unas más evidentes, otras más sutiles. Estas son medidas que son justificadas por situaciones de “emergencia” pero que se terminan manteniendo en el tiempo.
No todo el tiempo estas acciones han tenido el mismo público objetivo, comenzaron en 2003 diciéndonos que para evitar la fuga de capitales y que el país se quedará sin dólares, era necesario un control de cambio, una decisión que nos comenzaría a afectar todos, pero que solo era vista como restricción por el empresariado y la clase media que usaban dólares para producir y viajar.
Años después ¡Sorpresa! Estos mismos sectores, críticos en el algún momento, se volvieron no solo en gran parte dependientes del llamado dólar oficial en un momento, sino que muchos en lugar de exigir el fin del control de cambio, pedían más divisas a precio preferencial.
Frente a la aplicación de cada uno de estas etapas ha reinado, en primer término, la incredulidad: “eso no va a pasar”, “no somos Cuba”, en segundo lugar la negación: “esto es insostenible”, “tendrán que dar marcha atrás” y en último lugar lo que viene es la completa dependencia.
Hoy son muchos los sectores que comienzan a depender de los llamados CLAP’S para subsistir, un estadio superior de control social en su fase criminal: el control político a través del hambre. En una Venezuela cada vez más miserable, donde rendir el salario es un reto a la imaginación, la sola posibilidad de poder comprar diversos productos a un precio subsidiado no es una cuestión de dignidad para gran parte del país, es la única posibilidad de comer.
A quienes viven en esta situación no les importa de dónde vienen los productos, cuánto se roban en la importación, si su nombre y sus datos serán utilizados luego para presionarlo a votar por este o por otro, les importa es comer y cuando se tiene hambre créanme que no se piensa en otra cosa.
A eso llegó la moribunda revolución, a manipular por medio del estomago, por eso los CLAP’S no van a desaparecer en el corto plazo, sino que cada vez más se convertirán en la sola posibilidad para las grandes mayorías de acceder a alimentos en Venezuela. Mientras tanto, quienes se enriquecen trayendo estos productos del exterior, seguirán comprando productos importados en los grandes bodegones que últimamente aparecieron en varias ciudades del país.
Dos tipos de venezolanos, lo que pasan hambre y los que se enriquecen con el hambre de los demás. La pregunta es ¿Quiénes son mayoría? ¿Quiénes pueden más?
Brian Fincheltub
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