Miles de habitantes de Sudán del Sur abandonaron este fin de semana las marismas del norte donde huían de la guerra, con la esperanza de recibir comida distribuida por organizaciones humanitarias.
El cuadragenario Bol Mol, exagente de seguridad en un campo petrolífero, lleva meses luchando por mantener con vida a su familia, pescando con arpón mientras sus tres esposas recogen nenúfares para alimentarse.
En las marismas sólo comen una vez al día, siempre y cuando tengan suerte, pero al menos se libran del pillaje de los soldados implicados en la guerra civil que comenzó en diciembre de 2013.
“Aquí la vida no vale nada”, lamenta Bol, con la mano apoyada en su bastón, mientras espera junto a otras miles de personas bajo un calor sofocante.
Varias organizaciones humanitarias han conseguido una autorización del Gobierno y de los rebeldes para distribuir comida en Thonior, cerca de la gran ciudad de Leer. Pero antes de recibir los alimentos y poder repartirlos deben registrar a todos los habitantes que acudieron a la zona.
El Gobierno de Sudán del Sur y la ONU declararon la semana pasada el estado de hambruna en el Estado de Unidad, donde más de 100.000 personas carecen de comida.
La ONU considera que esta hambruna no se debe a factores climáticos, sino al hombre. Más de tres años de conflicto han limitado la producción agrícola, agotado las reservas y obligado a los habitantes a huir de sus hogares.
– Alimentarse con plantas –
En ocasiones los dos bandos enfrentados han bloqueado la ayuda humanitaria y atacado a los cooperantes en función de sus intereses.
No es casualidad que Leer y sus alrededores sufran esta hambruna. La ciudad es un bastión de los rebeldes y es el lugar donde nació su líder, Riek Machar.
Su rivalidad con el presidente Salva Kiir dio inicio a la guerra civil que ha causado decenas de miles de muertos y más de tres millones de desplazados.
Las huellas del conflicto están en todas partes: en las paredes calcinadas de las escuelas y los hospitales, en las ruinas de las casas y los edificios o en la miseria de un mercado que antaño prosperaba.
Los habitantes, que deben huir una y otra vez de los combates, no tienen tiempo de sembrar ni recoger cosechas, y los soldados suelen robar o matar su ganado.
Así que comen plantas silvestres, cazan o pescan, y esperan una ayuda de emergencia que pocas veces llega.
“No basta”, protesta Mol. “Ahora, la mayoría de la gente vive en las marismas. Si va hasta ahí y ve a los niños, puede echarse a llorar de lo mala que es la situación”.
– Abandonados –
En el resto del país, 4,9 millones de sursudaneses están en situación de insuficiencia alimentaria y necesitan ayuda, a menudo en los Estados donde los combates son más violentos.
“El mayor problema es la inseguridad en algunas de esas zonas, que las convierte en lugares de muy difícil acceso”, explica George Fominyen, un representante del Programa Mundial de Alimentos (PMA).
Las organizaciones humanitarias aseguran que, cuando se declara la hambruna, suele ser demasiado tarde para muchas personas. Pero el anuncio de la semana pasada ha incitado al Gobierno a facilitar, al menos de momento, el acceso a las oenegés, que redoblan sus esfuerzos.
Ray Ngwen Chek, de 32 años, opina que la situación ha ido empeorando desde el inicio de la guerra. “No hemos plantado nada desde 2013, nada de nada. Uno no sabe si va a sobrevivir al día de mañana”, dice.
Los hospitales y las escuelas han cerrado sus puertas. Y los niños, que afrontan la violencia a diario y no tienen nada que hacer, “aprenden a manejar las armas” en vez de preparar su futuro, lamenta Ray.
Los habitantes de la zona se sienten abandonados por sus dirigentes y no se atreven a soñar con una salida política al conflicto. Pero Ray tiene clara una cosa: “la violencia no es la solución”.
por Waakhe Simon WUDU/AFP
Fotos Reuters