En el sector Betulio González, siete cuadras detrás de la Basílica menor de San Francisco, conocida por los lugareños como la iglesia del padre Vílchez, se encuentra el viejo cementerio del municipio sureño. La primera impresión que ofrece a propios y extraños es de miedo. Sus paredes pálidas por el sol y una medio “pinturita” hacen imaginar lo que guarda su interior. Así lo reseña laverdad.com
Por Francisco Rincón
Una placa que señala su fundación en 1944 da la bienvenida. La maleza y el desorden también. Al llegar, los visitantes son alertados de que hay abejas en una de las tumbas y les pueden picar. En un recorrido, observan urnas apiladas, unas encima de otras y osamentas dispersas en los huecos.
Uno de los paños de la pared izquierda del camposanto se cayó, allí sobra la basura y el mal olor. Uno de los trabajadores, quien prefirió no identificarse por temor, explicó a este rotativo que a pleno día, familiares y amigos de los fallecidos, fueron víctimas del hampa debido a la falta de presencia policial o de vigilantes.
No hay paz
El hombre resalta que los delincuentes se llevaron material religioso, láminas de acerolí, ubicadas en varias de las criptas, y mármol. “Aquí se llevan todo. Son más de 10 postes de luz y solo funcionan a medias, tres. Se robaron todos los cables y diariamente hacen brujería y rompen las tumbas para robarse los huesos.
Se pudo conocer que en el sitio laboran unas 20 personas que trabajan a diario para mejorar los espacios y mejorar el rostro del lugar. Los vecinos temen al lugar puesto que la oscuridad y la desolación hacen de él, un espacio propicio para que los maleantes cometan sus fechorías.
Los trabajadores, familiares y habitantes de la zona, exigen a las autoridades competentes que se les dé una respuesta a tantos problemas y se ataque la desidia, desorden y delincuencia que reina en lugar. En el día, el lugar tenebroso recibe a familias que desean acompañar a sus familiares, mientras que por las noches, todos los problemas se encargan de ocupar ese lugar.