En la política mundial hay muchas cosas que me incomodan. Imagino que a ud. también. Ya no es tan fácil pensar al mundo en términos binarios de buenos vs malos; derecha vs izquierda o blanco vs negro. La historia ha demostrado que los grises inundan los escenarios de la vida política.
No se puede aplaudir ciegamente ante un Estados Unidos con una política exterior de espanto y bombas que, en nombre de la libertad, atenta contra la soberanía de otros países. Tampoco a China con su capitalismo totalitario y el dumping social que afecta al mundo y distorsiona el mercado, en nombre de la competitividad. O Corea del Norte con una política totalitaria, militarista y denigrante que ha creado un bloque indefendible ligado a la negación de la alternabilidad y de la institucionalidad democrática, en nombre de una igualdad castrante que anula la individualidad.
Tampoco se puede asentir ante la corrupción que corrompe las cimientos de la democracia como opción o de la desinformación que carcome las posibilidades de una cultura democrática para ejercer conscientemente el sufragio.
Nada es como se titula. Ni la democracia que vivimos tan democrática, ni la derecha que se ha aplicado tan libertaria, ni la izquierda que se ha impuesto tan igualitaria. Los modelos absolutos están ya desfasados, así sean como pretensión. Una derecha absoluta nunca ha existido, ni existirá. Y una izquierda absoluta, nunca ha existido; ni existirá. Ambos modelos en sus extremos tocan la noción de anarquía porque apelan a un “orden natural” de la sociedad que es inexistente: sin Estado no hay forma de reglar la convivencia, con los costos que de por sí ésta supone, y tanto el comunismo como la anarquía apelan a su desaparición utópica.
Demasiado Estado ha mostrado ser ineficiente y sectario (típicamente asociado a la izquierda) y el Estado mínimo (asociado a la derecha) dejaría de lado la necesaria labor de éste dentro de la creación de oportunidades para los grupos sociales que se han visto impedidos de acceder a éstas oportunidades por pertenecer a clases sociales bajas. Ambos segregan. Esta situación de marginalización histórica, en Latinoamérica, no es precisamente una extrañeza, sino una consecuencia natural de unas repúblicas que se organizaron precariamente después de la independencia y que han perpetuado el circulo de la pobreza en muchos lugares por falta de planificación urbana, productiva y educativa. Necesitamos un modelo que ronde transversalmente y que establezca garantías reales a la ciudadanía.
En Venezuela, por ejemplo, las propuestas de la COPRE (Comisión Presidencial para la Reforma del Estado) eran mucho más viables que el proyecto del Gobierno Bolivariano y se les borró del panorama sólo porque venían de la “mal llamada” 4ta República; aún cuando hubiese propuestas compatibles con la izquierda moderna (entendiendo modernidad como contemporaneidad) y que eran producto de un consenso socio-productivo que implicó a los más diversos sectores de la sociedad. Lo bolivariano de la revolución es selectivo. Tanto como la democracia norteamericana o el capitalismo chino de libre mercado son selectivos con los grados de libertad. El discurso de los derechos humanos ha sido manoseado desde la guerra fría y explotado por ambos bandos que dicen encarnarlo para crear un mundo, lamentablemente, cada vez más polarizado y menos dialogante. Con lo cual se anula la posibilidad de contribución y colaboración constructiva.
Hoy el tema es ¿Cuál es el proyecto democrático en el s. XXI? ¿Qué lógica socio-productiva tiene? ¿Qué lógica de poder que garantice la democracia en su sentido más profundo? ¿Acaso podemos ver procesos de maduración democrática o nos está comiendo el pragmatismo reactivo?
En Latinoamérica, si no se supera el modelo de Estado rentista y la improvisación, no hay evolución política alguna. Somos un mercado de más de 600.000.000 de habitantes y seguimos añorando acceder a países que tienen la mitad de nuestra población.
Hoy no creo que sea un tema de derecha o izquierda, es un tema de DDHH en el sentido más amplio (y no por ello más sencillo) y de la satisfacción de necesidades en la implementación de recursos naturales para la creación de industria sostenible y sustentable que garanticen por un lado la movilidad social y por el otro el desarrollo económico en igualdad de oportunidades pero con igualdad de condiciones.
Nadie dice que sea fácil, pero urge empezar a plantearnos un modelo propio que supere la visión binaria de un mundo que, de permanecer en constante contraste y confrontación, acabará en “una 4ta Guerra Mundial a garrotazos” como advirtiera Einstein.