El chavismo tensó a la sociedad venezolana durante 19 años. Desde la campaña electoral de Hugo Chávez en 1998, prometiendo freír en aceite las cabezas de los líderes de los partidos mayoritarios venezolanos -Acción Democrática (AD-centro izquierda) y COPEI (derecha)- prosiguiendo con su relato de resentimiento durante todo el siglo XXI hasta lograr hoy que el odio haya sustituido a la convivencia en ese país. ¿Responsabilidad única del personaje negativo que fue Chávez, apodado justamente por Carlos Fuentes como un Mussolini tropical? No. Deben rastrearse en la historia venezolana las causas propiciatorias que generaron ayer un Chávez, y en el presente un Maduro.
La canciller venezolana Delcy Rodríguez no supo intuir cuatro meses atrás que la OEA endurecería su posición respecto a las prácticas antidemocráticas del gobierno que representa.
Tuvo la oportunidad de prever lo que se venía cuando el 14 de diciembre se le impidió ingresar a una reunión formal de los cancilleres del Mercosur en el Palacio de San Martin, sede la Cancillería argentina. Episodio bochornoso, utilizado por el presidente Nicolás Maduro para denunciar una falsedad y sostener que a la diplomática se la había arrojado al piso lesionándola: “tiene una grave afectación, posiblemente una fractura en la clavícula”, afirmó Maduro desde La Habana, donde se encontraba entonces, en una transmisión de la televisión estatal venezolana.
La votación del miércoles 26 en la Organización de Estados Americanos (OEA), donde 19 países de 34 se pronunciaron a favor de que sean ya los cancilleres americanos quienes tomen cartas en el drama venezolano, fue el corolario natural de aquella boutade de la diplomática caribeña y también un triunfo para el secretario general de la OEA, el uruguayo Luis Almagro, a casi un año de haber solicitado el 31 de mayo la activación de la Carta Democrática, un recurso de este organismo cuando el gobierno de alguno de sus países miembros rompe los hilos constitucionales y se aparta de un sistema democrático.
Es que Delcy Rodríguez, al igual que su hermano Jorge, un destacado psicólogo reconvertido en político a partir de 2002, nunca superó el trauma que legítimamente les ocasionó la muerte vil de su padre, Jorge Rodríguez, fundador de la Liga Socialista, asesinado a los 34 años, luego de tres días de torturas, en una cárcel venezolana en 1976 durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez. Ella, en particular, ha quedado presa de ese horrible hecho y congelada en los años setenta. Él, se transformó en el teórico chavista de la provocación y el cinismo político. Jorge Rodríguez sigue siendo un mártir de las libertades, sus hijos serán recodados como lo contrario.
Pero lo más importante, llegado lo que parece ser un final de juego, es ¿qué enseñanzas deja Venezuela para sí y para Latinoamérica? ¿Cómo se llegó a este estado de cosas en un país que, como tantos otros del continente, había sufrido sus dictaduras del siglo pasado -Juan Vicente Gómez (1908- 1935) y Marcos Pérez Jiménez (1948-1958) -, pero eludió la ola de dictaduras fascistas que asolaron Latinoamérica en los setenta y ochenta?
Si el lector entiende inútil este ejercicio piense que el Nobel de Economía de 2006, Edmund Phelps, sostiene que las políticas de Donald Trump se asemejan a las propuestas de la Alemania nazi de la preguerra; o que solo el 11% de la población mundial vive en países considerados democráticos, según la ONG internacional Freedom House, como recordó en estas páginas el analista Leandro Querido.
¿Podemos estar seguros de que Latinoamérica se mantendrá fuera de futuras guerras civiles o de guerras entre Estados, como viene haciéndolo desde hace medio siglo, excepción hecha del conflicto entre Ecuador y Perú de 1995 y los 52 años de guerra interna de Colombia?
Nada asegura un escenario sin enfrentamientos, o de alta conflictividad interna y seria negligencia desconocer causas y efectos, así sea desde el gobernante, como desde el ciudadano.
El chavismo tensó a la sociedad venezolana durante 19 años. Desde la campaña electoral de Hugo Chávez en 1998, prometiendo freír en aceite las cabezas de los líderes de los partidos mayoritarios venezolanos -Acción Democrática (AD-centro izquierda) y COPEI (derecha)- prosiguiendo con su relato de resentimiento durante todo el siglo XXI hasta lograr hoy que el odio haya sustituido a la convivencia en ese país.
¿Responsabilidad única del personaje negativo que fue Chávez, apodado justamente por Carlos Fuentes como un Mussolini tropical? No. Deben rastrearse en la historia venezolana las causas propiciatorias que generaron ayer un Chávez, y en el presente un Maduro, sospechado de narcotráfico, quien se da el lujo de decir en público que el Comandante Eterno se comunica con él a través de un pajarito.
Debe tenerse presente que cuando Rómulo Betancourt (1945-1948 y 1959 -1964), desarrolló con logros parciales a Venezuela fue enfrentado en lo interno por una izquierda ideologizada al extremo e hipnotizada por Fidel Castro, sumado a que el régimen cubano nunca le perdonó no haberle proporcionado petróleo fácil, luego obtenido desde la ex URSS y Chávez, sucesivamente; y criticado también el presidente Betancourt por la izquierda latinoamericana de la Guerra Fría.
Betancourt resolvió en parte la innegable desigualdad social venezolana que hería y dolía en los setenta y ochenta. La inequidad continental más el ninguneo de la mayoría de la izquierda latinoamericana, desdeñaron sus logros. También es cierto que la situación de sectores empobrecidos de Venezuela nunca fue debidamente atendida por las elites dirigentes del país, cuyas fabulosas regalías petroleras contando con las mayores reservas mundiales durante 40 años- 1958-1998- no las aplicó al desarrollo productivo del país caribeño.
Alí Primera, el cantante venezolano, narró ese estado de cosas en su canción “Casas de cartón”, de 1974. https://www.youtube.com/watch?v=_FRSqM2uiM8
Carlos A. Pérez en su primera administración, nacionalizó el petróleo y creó Petroven (antecesora de PDVSA), pero despilfarró. Según la biblioteca del Congreso de EEUU, gastó más dinero que todos los gobiernos venezolanos anteriores juntos. En su segunda administración fue acusado de corrupción, en un contexto de presidentes latinoamericanos implicados en casos de corrupción que tuvo como máximos exponentes a Carlos Menem, en Argentina; Fernando Collor de Mello, en Brasil; Rafael Ángel Calderón y Miguel Ángel
Rodríguez, en Costa Rica; Lucio Gutiérrez, en Ecuador; Carlos Salinas de Gortari, en México, Arnoldo Alemán, en Nicaragua y Alberto Fujimori, en Perú.
Los efectos esclarecedores sobre el fracaso y millones de muertos comprobados tras la caída del Muro de Berlín (1989), fueron difuminados en ese contexto latinoamericano de corrupciones. Tal fue así, que Fidel Castro se permite decir por esa época que “el pluripartidismo es la pluriporquería” y criticar a los sandinistas nicaragüenses por haber aceptado ir a elecciones en 1990 en las que triunfara Violeta Chamorro.
Venezuela sufrió entre 1978 y 1998 una declinación económica verificada en el persistente descenso del PIB, que llegó a 1998 con un tremendo empobrecimiento del país, 60% de su población, y la mitad de ese porcentaje en pobreza extrema. Sumado a una inflación que desde 1973 promedió entre 30% y 40% anual. Un sistema político y sus principales partidos absolutamente desacreditados ante la ciudadanía. Eso explica el Caracazo de febrero de 1989, fruto de un sacudón social espontáneo, sin dirección política, que tuvo como objetivo los establecimientos de consumo masivo -alimentos y electrodomésticos- que significó la muerte de cientos de personas y la destrucción de millones de dólares en propiedad.
Ese escenario más degradado aun por la violencia delincuencial pedía a gritos un salvador y Chávez, un militar golpista en 1992, lo encarnó. Triunfó en las elecciones nacionales de 1998 con el 56% de los votos y desde ahí emprendió una rápida carrera tras la adhesión popular, hasta llegar, merced a una retórica populista y beneficios incuestionables a los sectores más desposeídos, a conseguir la abrumadora mayoría de adhesión popular. Una auténtica “Hugolatria” como la denomino en 2008 el escritor mexicano Enrique Krause.
Descenso en pobreza, reducción de la mortalidad infantil, aumento en matrículas universitarias, mejoras en la seguridad social -sin cifras confiables, desde que el chavismo ha copado los organismos de medición- son presentados desde principios de siglo como logros gubernamentales. Cifras que siguen repitiéndose hoy desde sus voceros como argumentos valederos, aunque el país esté en crisis humanitaria y estado de convulsión permanente. Mientras la ONU, la OEA, Amnistía Internacional, Human Rights Watch exigían el restablecimiento de las libertades democráticas y liberación de los presos políticos.
Paralelamente, en los últimos 19 años el sistema partidario venezolano se vio arrinconado, se dispersó y recién comenzó a reconstruirse con cierta fuerza en la última década.
La izquierda latinoamericana, con matices, corrió a apoyar al nuevo líder que surgía con la promesa de reinventar la fracasada experiencia comunista. Después se supo que ese fervor revolucionario en las cúpulas partidistas de la izquierda latinoamericana fue generosamente aceitado por maletines de petrodólares –recuérdese las cinco valijas, presumiblemente con un total cinco millones de dólares, destinadas al kirchnerismo, una de ellas, la de Antonini Wilson, decomisada con US$ 800.000, en el Aeroparque Jorge Newbery, de Argentina, en agosto de 2007 – o negociados de empresas particulares favorecidas por el gobierno de Pepe Mujica que hoy son investigados en la justicia uruguaya.
Capítulo aparte de estas enseñanzas que deja Venezuela es su relación con el Brasil de Lula, cuando emergen evidencias de que hubo transacciones entre élites políticas corruptas. El 27 de enero, el diputado opositor venezolano Julio Montoya denunció que los “sobornos y sobreprecios” de Odebrecht en Venezuela ascienden a unos 1.000 millones de dólares, cifra muy superior a los 98 millones en coimas admitidos por la constructora brasileña.
Montoya dijo a la AFP que “en Venezuela, a diferencia de otros países, 80% de las obras contratadas con Odebrecht están inconclusas. Hay muchas importantes, como metros y ferrocarriles, con grandes sobreprecios, cada kilómetro de metro costó 300 veces más de lo que cuesta en otro país”. De los 98 congresistas, gobernadores y líderes políticos enjuiciados en Brasil, 26 pertenecen al PT de Lula y Dilma Rousseff. El resto pertenece al arco partidario brasileño.
De todas maneras, nadie puede pensar que sustituido Maduro la recuperación de la convivencia democrática venezolana llegará de inmediato. En absoluto. Esa es otra de las enseñanzas heredadas de estos regímenes. El daño que han hecho los líderes populistas cuyo norte es enfrentar un sector social con otro, alentando esa cotidiana rispidez desde el poder, no es un zurcido fácil ni rápido. El tejido social pospopulista tiene hebras muy difíciles de hilar: necrofilia ideológica, resentimiento, rebaja en la educación, mala memoria, barrabravismo político, y corrupción.