Hay muertos visibles e invisibles. Los visibles se pueden cuantificar, enumerar; son los que vemos todos los días producto de la violencia en las calles generada por un Estado de criminales que ha violentado los derechos humanos usando la fuerza militar y policial contra una juventud que busca, a través de una justa lucha, libertad. democracia, justicia, vida.
Los invisibles, entretanto, son los imposible de ponderar, medir o contar. Es la muerte tácita que corroe lentamente la columna vertebral de la sociedad. Son aquellos que no tienen un fármaco o una atención médica adecuada, los que fallecen en las puertas de un hospital, los que hurgan desesperadamente en la basura, los que diariamente mueren de hambre. En un país que lo tuvo todo, que fue “sauditamente” rico, que fue exportador de cientos de productos, esto es inadmisible.
Por ello, la recuperación de la vida digna se nos hace urgente.
Ancianos, mujeres embarazadas, niños, son las principales víctimas. Y es allí, donde está la mayor fragilidad. Si un niño en sus dos primeros años de vida no recibe una adecuada alimentación , tendremos un infante débil ante cualquier adversidad que se le presente. Pero también en el día de mañana tendremos, si sobrevive a esos dos años, a un venezolano con una limitación física, mental. Esa es la futura generación que ha creado este régimen de criminales y estafadores de Estado.
Todos los días estamos entregando una vida a este régimen, porque hay un país que se resiste a vivir en dictadura y comunismo. Esto quedará en la conciencia de quienes hoy conducen los destinos del país.
Los demócratas nos resistimos a aceptarlo. Por eso esta lucha es necesaria. Tiene sentido histórico. Y no vamos a bajar la guardia. Vamos a seguir en la calle, en rebeldía ciudadana.