En Venezuela se libra una batalla histórica una vez más, la de un pueblo oprimido contra una tiranía criminal. Se trata de recuperar la soberanía para escoger por mayoría a un nuevo Gobierno y reencontrarnos como pueblo en los ideales de libertad y democracia. No es el concepto territorial de país, ni la ficción jurídica llamada Estado; mucho menos la manoseada y hasta prostituida idea de patria o el delirio fratricida de una segunda independencia. En Venezuela hoy lo que corresponde es terminar la tarea pendiente de consolidarnos como nación. Ese será el fruto de nuestro sacrificio colectivo, algo por lo que vale la pena luchar hasta morir.
Nadie ha descrito mejor el concepto de nación que el pensador francés Ernest Renan en su célebre conferencia dictada en la Universidad Sorbona de París hace más de un siglo, cuando expresó lo siguiente: “Una nación es un alma. Dos cosas que no forman sino una, a decir verdad, constituyen esta alma. Una está en el pasado, la otra en el presente. Una es la posesión en común de un rico legado de recuerdos; la otra es el consentimiento actual, el deseo de vivir juntos, la voluntad de continuar haciendo valer la herencia que se ha recibido indivisa. El hombre, señores, no se improvisa. La nación, como el individuo, es el resultado de un largo pasado de esfuerzos, de sacrificios y de desvelos. En el pasado, una herencia de gloria y de pesares que compartir; en el porvenir, un mismo programa que realizar; haber sufrido, gozado, esperado juntos, he ahí lo que vale más que aduanas comunes y fronteras conformes a ideas estratégicas; he ahí lo que se comprende a pesar de las diversidades de raza y de lengua. El sufrimiento en común une más que el gozo. En lo tocante a los recuerdos nacionales, los duelos valen más que los triunfos; porque imponen deberes; piden el esfuerzo en común. Una nación es, pues, una gran solidaridad, constituida por el sentimiento de los sacrificios que se ha hecho y de aquellos que todavía se está dispuesto a hacer. Supone un pasado; sin embargo, se resume en el presente por un hecho tangible: el consentimiento, el deseo claramente expresado de continuar la vida común. La existencia de una nación es (perdonadme esta metáfora) un plebiscito cotidiano, como la existencia del individuo es una afirmación perpetua de vida”.
Basta leer (recomiendo hacerlo tres veces seguidas) ese magistral texto para entender varios aspectos del conflicto venezolano actual, a saber: 1) El fraude constituyente de Maduro busca destruir la nación venezolana, ya no solo a partir de la distorsión de nuestro pasado común convertido en panfleto propagandístico, sino ahora destruyendo la posibilidad de todo consenso social evitando que la mayoría ciudadana decida su destino a través de elecciones libres y universales, sustituyendo la idea de plebiscito cotidiano de Renan por una dictadura militar permanente, y 2) Todo el sacrificio actual, todo su dolor, este duelo general y sufrimiento común, nos forjará como nación en esa “gran solidaridad” de la que habla Renan para hacer de la libertad y la democracia esa conquista de un pasado heroico, y a su vez, ese proyecto y programa que debemos seguir realizando permanentemente de cara al futuro.
JOSÉ IGNACIO GUÉDEZ
Secretario de la Asamblea Nacional
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