Henry Ramos Allup calificó a la Asamblea Nacional Constituyente corporativa, propuesta por Maduro, como una “prostituyente”. Con ello no estaba solo colocando un epíteto cualquiera para su desprestigio, sino haciendo una radiografía de la malhadada propuesta del Presidente. Si llegara a instalarse, esa Asamblea, ciertamente sería la prostitución de las instituciones democráticas, de los Derechos Humanos y una regresión histórica, sin precedente, en los anales constitucionales de Venezuela.
Por Antonio Ecarri Bolívar / @EcarriB
Cuando el Presidente asume, arbitraria e inconstitucionalmente, la potestad de convocar una Asamblea sectorial que más parece la invitación a celebrar una convención del PSUV, le está dando una estocada mortal a la democracia porque al hacerlo elimina la soberanía, que reside en el pueblo, cercenando el derecho a su ejercicio mediante el sufragio universal. Una verdadera regresión, a más de 70 años de haber logrado esas conquistas impulsadas desde tiempos inmemoriales por los demócratas de todas las épocas y en base a enormes sacrificios.
En efecto, una Asamblea Nacional Constituyente convocada de esa espuria manera también afecta el principio, universalmente reconocido, de la progresividad de los derechos humanos que nunca pueden ser desmejorados, por ninguna legislación, so riesgo de nulidad absoluta.
Hay quienes creen que la historia de los pueblos, forjada en base a luchas y sacrificios, puede ser abolida y reescrita falseándola a conveniencia. La Constitución es la Carta de Ciudadanía de todo un pueblo y solamente es ese pueblo el que la puede derogar y promulgar otra, mediante voto universal, no por unos militantes oficialistas escogidos a dedo por el mandamás de turno.
Como esta gente nos obliga a mirar al pasado, oigamos a Andrés Eloy Blanco explicar, en un mitin de AD en el Nuevo Circo de Caracas el 27 de junio de 1943, cómo se hacía una Constitución: (…) “La constitución la va haciendo el pueblo. La patria es un taller. El pueblo es el alfarero y el carpintero: él hace la constitución, él va haciendo la múcura a la medida de su agua, él va llenándola de agua a la medida de su sed. Es carpintero el pueblo. Cuando la patria está naciendo, le hace cuna; cuando la patria ha crecido, le hace cama. Pero hasta aquí llega la semejanza; el organismo llega a cierto punto; los pueblos siguen cambiando; más que cama y que múcura, la constitución es traje, y debe caer en el cuerpo de la patria como un traje bien hecho en el cuerpo de una mujer hermosa. Cuando el organismo ha cumplido su misión en la vida, lo meten en la urna de morir y ha terminado. Cuando la patria ha cumplido su misión, la meten en la urna de votar y ha comenzado”.
No se puede hacer una Constitución con cartas marcadas, con truculencia, sin consulta universal, para tratar de que el diez por ciento de la población le imponga una Carta Magna al 90% restante. También lo decía Mario Briceño Iragorri, dos años antes del discurso de Andrés Eloy, en diciembre de 1941: “Nuestros hijos no deben sufrir la vergüenza y el dolor de que mañana un filósofo, a lo Maritain, pueda escribir: “Las izquierdas perdieron la Democracia, las derechas perdieron a Venezuela”. De lo contrario, ellos deben sumar al orgullo de sus actos el orgullo de ser nuestros hijos, así como nosotros invocamos por timbre honorable el nombre de los héroes que labraron esta Patria, llamada a perpetuar el espíritu de la venezolanidad generosa que regó su sangre para que hubiera otras patrias libres en América”. Estoy seguro que nuestros hijos no sufrirán esas vergüenzas que temía Don Mario, de lo que no estoy seguro es del tamaño de la vergüenza que sufrirán, mañana, los hijos de quienes hoy pretenden llevar a Venezuela, de regreso, a etapas superadas de dictadura y tiranía.
Aunque nosotros, hechos de una madera diferente a la de los verdugos, no vamos a reclamarle a los hijos las vergüenzas de sus padres, porque con el mismo Andrés Eloy decimos nutriéndonos de su amor a la humanidad: “Por mí, ni un odio hijo mío/ni un solo rencor por mí,/ no derramar ni la sangre que cabe en un colibrí/ ni andar cobrándole al hijo la cuenta del padre ruin/ y no olvidar que las hijas del que me hiciera sufrir/ para ti han de ser sagradas/ como las hijas del Cid”. Por ello les auguramos larga vida a los tiranos, para que sean ellos y no sus hijos los que paguen por sus crímenes de lesa patria. Por ese legado inmarcesible, de nuestros padres fundadores, podemos decir: la “prostituyente” no pasará… ¡Sí hay futuro!
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Antonio Ecarri Bolívar