Oswaldo Álvarez Paz: En memoria de mi padre

Oswaldo Álvarez Paz: En memoria de mi padre

 

 

Ángel María Álvarez Domínguez era el nombre de mi padre. En estos días ha estado presente en mi mente. Influyó de manera determinante en la formación recibida en el hogar. Nació en Camaguán, Estado Guárico y buena parte de su desarrollo ocurrió en San Fernando, Estado Apure. Jamás olvidó sus orígenes. Todo lo contrario. Siempre tuvo una buena razón para recordar su adorada tierra llanera, la pasión por la ganadería y la cría y particularmente por la música que Juan Vicente Torrealba llegó a convertir en carnet de identidad del ciudadano común de Venezuela. Todo eso lo sembró en lo más profundo de mí ser y ha tenido consecuencias activas en lo que he podido hacer hasta ahora.

Mi padre era telegrafista. 35 años de su vida los dedicó a esta actividad en una época de fundamental importancia para todos los sectores, especialmente para los gobiernos. Ese tiempo fue repartido bajo Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita. Su obra está en un libro publicado, años después, por el Ministerio de Comunicaciones, “Historia del Telégrafo en Venezuela”. A pesar de su identificación con el PDV de Medina mantuvo una posición digna y valiente frente a la dictadura perezjimenista. Mi madre era hermana de Jesús Ángel Paz Galarraga, exilado, preso y perseguido permanente de la dictadura. Su familia vivió con nosotros esos duros años, sus hijos son más hermanos que primos.

El último servicio que prestó al telégrafo fue en el Zulia llegando a convertirse en Inspector General de Telégrafos y Teléfonos para el occidente del país con sede en Maracaibo. Allí comenzó la otra historia. Casó con Hilda Paz Galarraga y nacieron sus últimos cuatro hijos. El segundo de ellos soy yo. Crecí muy apegado a él. Viajamos juntos al llano y pasábamos, todos juntos, temporadas en El Alto de Escuque donde construyó una pequeña casa para tales fines. Le encantaba leer y hablar de historia patria, enseñarla con criterio crítico y con el acento paecista que caracteriza a los llaneros y a muchos de los que no lo son.

Hombre recio y valiente. Lo recuerdo dando consejos en la dura década de los sesenta cuando los fuertes enfrentamientos con el MIR y el PCV en la Universidad en la cual nos formamos. Nunca pretendió enfriarnos. Todo lo contrario. Seguía de cerca las acciones que desarrollábamos y los consejos eran en la dirección correcta. Murió de un infarto masivo a los 64 años de edad cuando yo cursaba el 5° año de Derecho. No me  vio graduado. Desde entonces siempre he tenido presente la valiosa herencia de sus enseñanzas y de su ejemplo. He tratado de ser fiel asumiendo todas las consecuencias.

En estos días turbulentos y definitivos para la causa de la Libertad y la Democracia, su recuerdo me acompaña a todas horas. No hay nada que celebrar en esta Venezuela atormentada. Pero el Día del Padre ha sido útil para el recuerdo obligante de los compromisos asumidos en defensa de principios y valores eternos.

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