Lógicamente, desde las Ciencia Política, debemos recordarle a quienes dicen esas barbaridades algunos datos de interés. En principio, una República Democrática a diferencia de una Monarquía Absolutista (como aquella derrotada por Simón Bolívar en el Campo de Carabobo) es un régimen político en el cual la soberanía reside en el pueblo, en el conjunto total de los ciudadanos, nadie tiene un “derecho a gobernar” que es propio de los reyes y aquí no hay corona.
A Hermann Escarrá, notable jurista del horror, deberá volver al primer año de Derecho para que recite el artículo 5 de la Constitución Nacional hasta que lo memorice. Adelante, repita después de mí, “La soberanía reside intransferiblemente en el pueblo, quien la ejerce directamente en la forma prevista en esta Constitución y en la ley, e indirectamente, mediante el sufragio, por los órganos que ejercen el Poder Público. Los órganos del Estado emanan de la soberanía popular y a ella están sometidos.”
Obviamente, el plato fuerte es Nicolás Maduro, con el que podemos estar de acuerdo en que el fin de este gobierno no debe ser por la fuerza porque a él, al galáctico y a sus acólitos les pertenece el copyright (derecho de autor) de ese tipo de proceder. Sin embargo, cuando dice que tampoco podríamos sustituir a este mal gobierno por las buenas, es decir, por votos, tendríamos que interpretar que tener todo el país descontento no le interesa. Pues, sépalo señor Maduro, encontrará muy difícil gobernar todo un país que lo odia. La mitad del país moriría de hambre y la otra mitad conspiraría ante un obvio y peligroso deterioro de la autoridad pública.
Si este gobierno nos conduce al camino sin salida de la guerra civil, de la violencia política, no será sin haber recibido suficientes advertencias y recomendaciones. Aunque poca satisfacción dará gritarles “se lo dije” cuando descubramos que pescuezo no retoña y la pelona toque la puerta.
Julio Castellanos / jcclozada@gmail.com / @rockypolitica