Es indudable que el régimen venezolano ha ido completando su transición hacia un estado totalitario y corrupto, capaz de manejarse con mucha flexibilidad en todos los terrenos de la represión, el control social y la supervivencia política. Con la pasmosa habilidad que otorgan los recursos del poder y la complicidad de asesores, comunicadores, estudiosos de la conducta humana, expertos en represión y guerra sicológica, y conocedores y controladores de la tecnología de comunicaciones, se ha ido construyendo una telaraña monstruosa cuyo propósito último es garantizar la permanencia indefinida en el poder del chavismo y sus herederos.
La maquinaria totalitaria y de control se expresa de muchas maneras. En una dirección se reprime brutalmente a la resistencia democrática, hasta llegar al vergonzoso asalto a la AN. Para ello se emplean tanto las fuerzas regulares del estado como los grupos para-militares que actúan con completa impunidad acosando, robando y agrediendo sin ningún freno a la gente que participa en las protestas o quienes parecen estar protegiendo a los manifestantes. En otra, se siguen entregando dádivas a través de los CLAP, las misiones y otros mecanismos de control para asegurarse el apoyo de un sector de la población. Todo ello con unos medios de comunicación aterrorizados, bajo control o sobreviviendo a duras penas, e instituciones claves del estado, como el TSJ, el CNE y una buena parte de la FAN, actuando como órganos del ejecutivo. Simultáneamente con el control de las instituciones se ha ido conformando una maquinaria de poder paralelo que depende de los vínculos con el narcotráfico y la intromisión de gobiernos extranjeros, cuyos intereses gravitan seriamente sobre el desenlace de la crisis venezolana.
Pero el monstruo totalitario de mil cabezas tiene también una cara política que todavía le permite presentarse ante la comunidad internacional con un taparrabo impúdico de legitimidad democrática, y maniobrar con cierta soltura exigiendo el cese del intervencionismo en los asuntos internos de Venezuela, como si el gobierno en verdad tuviera el derecho de seguir hablando a nombre de un pueblo cuyo apoyo ha perdido. La última y gravísima amenaza sobre las libertades de los venezolanos es la pretensión de realizar una asamblea constituyente a la medida del régimen para darle legitimación a la captura indefinida del poder.
Entender a fondo la versatilidad de las conductas y los mecanismos empleados por la bestia totalitaria es esencial para comenzar a comprender la complejidad de la guerra que se libra contra la democracia y la libertad en Venezuela y por mantener en el poder a la oligarquía que controla la metamorfosis sanguinaria, corrupta e inconstitucional que ha terminado por sufrir la otrora revolución de Boves y Chávez. Este ejercicio, por complejo que parezca el rompecabezas, es también fundamental para comprender porque lo que parecía la receta dorada para salir del régimen: la combinación de calle con la acción política decidida y con un liderazgo unificado nacional, sumado a la denuncia y la construcción de la condena internacional al gobierno venezolano, se encuentra en lo que puede ser un punto de inflexión, o de retroceso. Después de 100 días de protesta, con un promedio de un ciudadano asesinado por día, y miles de heridos y detenidos sigue vigente más que nunca la pregunta ¿Cómo termina esto?
Pero el gobierno, a pesar de su poderío aparente, tiene también dificultades muy importantes para mantener la farsa de un estado funcional. A su absoluta debilidad en términos de apoyo popular se le une el descrédito insondable en la comunidad internacional democrática y la división interna del chavismo, cuya manifestación más severa es la deserción de la fiscal general y lo que pudiera llamarse el chavismo originario. Ello lo ha llevado a preparar otra jugada lanzándole a la oposición una baza extremadamente importante con la decisión del TSJ del cambio en el régimen de reclusión de Leopoldo López. De cómo reaccione el liderazgo opositor a esta decisión del régimen depende en buena medida que la crisis se desenvuelva en una u otra dirección, a favor o en contra del régimen.
Quizás convendría apuntar en este momento que el debate levantado en las redes sociales sobre si aceptando la decisión sobre LL se legitima la actuación del TSJ, o si LL llegó a algún tipo de negociación oculta con el gobierno es, por decir lo menos, absurdo y revelador de hasta qué punto una parte de nuestra gente no entiende la naturaleza del conflicto que vivimos. En primer lugar, no deberíamos ser nosotros quienes propaguemos rumores destructivos sobre un líder fundamental de la resistencia, que ha demostrado valor y convicción a toda prueba, como LL. Destruir reputaciones en un santiamén y transformar a alguien de héroe en traidor de un instante a otro, es una de las peores manifestaciones de un cierto carácter socarrón y pueril de los venezolanos, que el régimen utiliza con mucha soltura en contra nuestra. En segundo lugar, el TSJ no necesita ninguna legitimización: su fuerza y efectividad emanan del control inconstitucional del régimen y nuestro reconocimiento o no es inefectivo a menos que se gane la batalla política. Si esto no se entiende llegaríamos al ridículo absurdo de pedir que LL regrese a Ramo Verde para no darle satisfacción al TSJ.
Las preguntas importantes en este momento son: (1) Cómo sigue la actuación política de la oposición frente a la decisión del TSJ (2) Cómo se continúan acumulando fuerzas para permitir que se dé una transición hacia un gobierno democrático. En primer lugar, debemos aprender de los errores letales que se cometieron en el funesto ejercicio de diálogo en el contexto de la convocatoria al RR. Si surge nuevamente la opción de dialogar, la oposición está obligada a aceptarla porque lo contrario tendría no solamente un efecto muy negativo en su imagen, sino que le bloquearía opciones de juego político muy importantes. Pero ello debe hacerse sin desactivar la calle ni la consulta del próximo domingo 16 de julio. La decisión sobre LL no puede ser excusa para bloquear el cambio democrático y hay que transformarla en una derrota para Maduro y su camarilla totalitaria.
Ejercer acción política en medio de un escenario de guerra no declarada contra un régimen despótico es una acción compleja y quizás este mismo artículo laberíntico es una demostración de ello. Termino este regreso a escribir después de un receso auto-impuesto con una reflexión sobre una de las cosas más importantes que he escuchado en el contexto de la consulta popular del 16J: ¿Qué ocurriría si todas las iglesias de Venezuela, se abrieran como centros de consulta? La Conferencia Episcopal ya se ha expresado en términos valientes e inequívocos sobre la dictadura venezolana. Quizás son los tiempos de que las casas de Dios se abran no solamente para que el pueblo rece sino para exprese su rechazo a quienes pretenden secuestrar la soberanía de la nación.
Vladimiro Mujica