El Oeste de Caracas le fue leal por muchos años al proyecto político chavista. Una ilusión llenó las inmensas carencias de liderazgo luego de aquel trágico 27 de febrero, donde los dos más grandes partidos entraron en barrena política y los sectores populares se sintieron huérfanos de conducción.
Sin embargo, la decepción terminó en tragedia. El sentimiento de tristeza y desolación ocasionado por el fin del revolucionario engaño fue convirtiéndose poco a poco en una incontrolable ira producto de la indignación. Todos los males que algún momento fueron achacados a la “democracia” se quedaron cortos con el desastre iniciado en 1999.
Corrupción, chantaje, amenazas, represión y barbarie han sido la cara más oscura del régimen que hoy se empeña en desaparecer todo vestigio institucional para dar paso a un absurdo modelo comunista de bajo cuño. Todos estas calamidades se extrapolan donde el Estado tiene mayor poder, donde la población es más débil y excluida.
Parroquias como Catia, 23 de Enero y el centro de Caracas, donde hay mayor dependencia hacia el Estado, bandas armadas combinadas con cuerpos de seguridad amenazan y chantajean sin el menor pudor. Trafican con alimentos, con los CLAP, exigen pagos de vacunas y por si fuera poco tienen un control milimétrico para evitar cualquier brote de protesta. Si usted vive en Casalta y se le ocurre cacerolear, así sea con la luz apagada, un sapo del régimen informa de inmediato al colectivo de la zona y al comité del CLAP para ser excluido de la limosna gubernamental.
Sin embargo, a pesar de todo este aparataje, el Oeste ha marcado una huella imborrable durante estos 90 días de protesta. Sin haber sido convocados por ningún factor opositor sino por el hambre y la miseria causada por el Socialismo del Siglo XXI, vecinos de La Candelaria, El Valle, Coche, Caricuao, El Paraíso, La Vega y La Pastora han librado duras batallas contra cuerpos de seguridad y bandas armadas gobierneras por el solo hecho de manifestar su protesta frente a la grave crisis de alimentación, salud y violencia que padecen a diario.
Hemos dicho que lo que ocurre en Venezuela es una rebelión social y eso tendrá consecuencias políticas muy severas. La represión contra las clases populares y la clase media trabajadora del Oeste de Caracas ha rayado en niveles de salvajismo primitivo. Se acabó “el amor” y con ello, llegaron los golpes y aberraciones. Mientras escribo esta columna, recibo los testimonios de vecinos de Ruiz Pineda arrastrados por el piso y maltratados sin contemplación alguna por edad o sexo. ¿Así paga la revolución los años de lealtad? ¿Por qué tanto odio y ensañamiento contra quienes los acompañaron por años?
A la casta burocrática que gobierna por los momentos, prepárense para la derrota electoral que les espera. La decepción devenida en indignación sabrá cobrar electoralmente estos tiempos de vejámenes y odio. Mientras se niegan a contarse, la oposición democrática abre la puerta a encausar este descontento por vía de una histórica consulta popular, espero que entiendan que más vale el Oeste votando en paz que un sacudón social que acabe con todo. Por lo pronto, dejen el odio contra Caracas. Eso sí, estén claros, en el municipio Libertador y en toda Venezuela, apenas voten, serán otros los que NO volverán.