La hora cero de Venezuela, por Alberto barrera Tyszka

La hora cero de Venezuela, por Alberto barrera Tyszka

Manifestantes opositores se enfrentan a la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) hoy, sábado 22 de julio de 2017, en Caracas (Venezuela). Varias personas resultaron heridas hoy en Venezuela cuando la Guardia Nacional Bolivariana (GNB, Policía militarizada) interceptó marchas ciudadanas de apoyo a los nuevos magistrados del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) designados este viernes por el Parlamento, de mayoría opositora. EFE/Miguel Gutiérrez
Manifestantes opositores se enfrentan a la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) en Caracas (Venezuela). Varias personas resultaron heridas en Venezuela cuando la Guardia Nacional Bolivariana (GNB, Policía militarizada) interceptó marchas ciudadanas de apoyo a los nuevos magistrados del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) designados este viernes por el Parlamento, de mayoría opositora. EFE/Miguel Gutiérrez

 

La impaciencia, en política, suele conducir al fracaso. Pero después de 18 años lidiando con un gobierno cuyo principal proyecto es eternizarse en el poder, es casi imposible no desesperarse. La oposición venezolana lleva años en una lucha desequilibrada. Ha sido descalificada y deslegitimada, acosada, perseguida, invisibilizada, prohibida, encarcelada… por el Estado. Ahora, a pesar de todo esto, la oposición se ha convertido en una alternativa de poder y logró capitalizar el ansia de cambio que vive la mayoría del país. Así lo reseña nytimes.com

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Lo ocurrido el domingo 16 de julio es un hecho inédito: la oposición organizó al margen, incluso en contra, del Estado y de las instituciones, un espacio para que el pueblo pudiera expresar su voluntad rechazando la propuesta de Nicolás Maduro de elegir una Asamblea Nacional Constituyente para acabar con el actual parlamento y gobernar con amplios poderes. La respuesta popular fue abrumadora. ¿Qué sigue? A veces, en la política y en la vida, lo más difícil es saber administrar la victoria.

En las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015, el oficialismo recibió una derrota contundente. Por primera vez, la oposición alcanzaba la mayoría en la Asamblea Nacional. Pero su dirigencia no supo leer bien ese éxito: pensó que se había cerrado un ciclo, subestimó el cinismo de su adversario y sobredimensionó su propio poder. El gobierno sí hizo una lectura correcta de su derrota. Es evidente que, a partir de ese momento, el oficialismo decidió suspender o postergar cualquier tipo de elecciones democráticas en Venezuela. Y de manera inmediata, además, consolidó ilegalmente un Tribunal Supremo de Justicia que les garantizara su lealtad absoluta. Se prepararon para gobernar sin pueblo y sin democracia. Y así lo han hecho.

Hoy Venezuela vive una crisis terminal. Maduro invoca la defensa de la patria y promete endurecer su gobierno, mientras la oposición decreta la hora cero. Ni siquiera las amenazas del presidente Donald Trump son útiles internamente. Pareciera que de aquí al 30 de julio sucederá el apocalipsis. Es un nuevo espejismo. Ninguna magia podrá sacar a Venezuela de su propia complejidad.

“Cuando digo Estado digo pueblo”, afirmó Nicolás Maduro, en una alocución televisada el pasado 18 de julio. Probablemente fue una confesión involuntaria pero delata perfectamente el pensamiento oficial. El pueblo real no existe. El gobierno no ve ni quiere ver a la gente que está en las calles, protestando, sufriendo una inflación del 700 por ciento, padeciendo la falta de servicios, la escasez de productos y de medicinas, tratando de sobrevivir a la inseguridad. La población no es pueblo. El pueblo es el Estado. El pueblo somos nosotros: eso cree el oficialismo.

Mientras hay personas buscando comida en la basura, en Suiza congelan las cuentas bancarias de la suegra de un “dirigente revolucionario”, el exministro Haiman El Troudi. En ellas hay 42 millones de dólares. Esto tampoco lo ve el gobierno de Maduro. No le interesa. No le importa. Parte de su enfrentamiento con la fiscala Luisa Ortega Díaz también tiene que ver con esta situación. Con la posibilidad de que se hagan públicos los turbios negocios de la empresa Odebrecht en Venezuela. El socialismo del siglo XXI es, sobre todo, una gran historia de corrupción.

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