Cuando Nicolás Maduro presentó en mayo sus planes para la nueva Constitución –que pretende hacer tábula rasa de la oposición democrática– pidió en un momento determinado de la ceremonia que el público se levantara para aplaudir a doce generales, presentes en el acto con su plétora de condecoraciones. «Estos son mis poderes» fue el mensaje que quiso transmitir el dirigente venezolano, publica ABC de España.
Por FRANCISCO DE ANDRÉS
La sangrienta y dosificada represión en las calles, durante los cuatro meses de protestas ininterrumpidas, está liderada por la policía militarizada del régimen –la Guardia Nacional Bolivariana– y por colectivos de matones, no por el Ejército. El presidente Maduro sabe que la clave de su supervivencia en el poder reside en las Fuerzas Armadas. Y las cuida con esmero desde el primer día para evitar que puedan derribarle con un golpe; o, si lo dan, que sea una chispa de artificio sin resultado.
El chavismo mantiene una relación estrecha con el Ejército venezolano desde sus mismos orígenes. Hugo Chávez fue, al fin y al cabo, un militar gallito con carisma popular, autor de un fallido golpe contra la democracia en 1992, seis años antes de ser elegido en las urnas. Nicolás Maduro, su sucesor, es, en cambio, un conductor de autobuses con una trayectoria de lucha sindical, que sabe desde el primer momento cómo contentar y tener bajo control a la jerarquía militar venezolana.
De entrada, el generalato es un universo y un galimatías para sus propios miembros, lo que dificulta las conspiraciones cuartelarias al más alto nivel. El año pasado, Nicolás Maduro promocionó a ese rango en un solo día a 195 oficiales. Se calcula que Venezuela tiene en estos momentos unos 2,000 generales. Estados Unidos, la superpotencia, se las arregla con alrededor de 900.
La jerarquía de las Fuerzas Armadas venezolanas goza de unas prebendas oficiales inéditas en ningún otro país del globo. Militares o exmilitares ocupan 11 de los 32 ministerios, encabezan 11 de los 23 gobiernos estatales, dirigen la importación y la distribución de la comida, y tienen una participación en el control de las fronteras, las rutas y los puertos. Los generales tienen acceso a los dólares, al ridículo cambio oficial con los bolívares, y los servicios de inteligencia extranjeros tienen bien documentada su relación con el narcotráfico. Son demasiadas ventajas como para soñar en una aventura golpista bien elaborada… mientras el régimen chavista no trate de implicarles de modo directo en la represión sangrienta del pueblo.
Rompan filas
La oposición democrática no cuenta, por supuesto, para sus cálculos con el golpismo, el endémico mal latinoamericano, pero sí pide a las Fuerzar Armadas venezolanas que se impliquen de algún modo en la presión al régimen. Está, además, el descontento de la tropa. Como manifestó a ABC el dirigente opositor Henrique Capriles, los soldados venezolanos cobran poco más que el ridículo salario básico del país, mientras son conscientes del tren de vida de sus mandos, especialmente a partir de cierto rango. El patriotismo y el creciente desafecto interno en las Fuerzas Armadas es y seguirá siendo una fuente de inquietud para el régimen de Nicolás Maduro.
En abril pasado, tres tenientes coroneles colgaron en YouTube un vídeo en el que criticaban a Maduro y pedían al Ejército ponerse «en el lado correcto de la Historia». Raúl Baduel, ex comandante de las Fuerzas Armadas y exministro de Defensa, y actualmente en libertad condicional –como Leopoldo López y Antonio Ledezma– es para muchos un icono de la disidencia interna en el Ejército. Un vídeo suyo en el que se refiere a los «sinvergüenzas y criminales» que dan órdenes, ha sido viral entre las tropas, pero solo serviría de fuente de inspiración para algún loco, que pretenda la asonada a la caribeña.