En estos días apretujados, confusos y contradictorios por los hechos que los pueblan y definen, el título (La insoportable levedad del ser) de la novela de Milan Kundera, luce irónicamente apropiado para retratar ciertos componentes del cuadro político nacional ubicados en el espacio delimitado por lo genéricamente llamado oposición. Lo dicho, en tanto y cuanto, algunos de los plantados en ese lado de la acera ideológica, parecen empeñados en hacer inútil su existencia, desmontando, con ello, cualquier posibilidad de acercamiento a lo que pudiera entenderse como victoria.
Así las cosas, hay quienes creen suficiente tener innegables cuotas de razón al evidenciar la aguda contradicción contenida en buscar medirse con las reglas de quien se ha dicho impone y/o altera dichas reglas a su entera conveniencia, para erigirse depositarios del fervor popular, razón por la cual esperan la gente responderá presta a cuanto llamado le hagan. Tristemente olvidan (quizás nunca lo aprendieron) que los partidos políticos son sólo de dos tipos: de masas o de cuadros. Jamás un partido es una individualidad. Pese a la falsa creencia acumulada en los tres últimos lustros, el impacto sobre el colectivo de personalidades aisladas y centradas en el egocentrismo, no pasa de ser cometa cuyo brillo sorprende para inmediatamente desaparecer allí donde termina el alcance de la mirada. Sin construir alianzas donde se compartan protagonismo, esfuerzos y capacidad de decisión con otros sectores del mapa político (léase; Academia, sociedad civil, grupos de opinión, etc.), es imposible validar la justeza de los principios.
Por otro lado, pululan los que se asumen y comportan como sobrados diletantes de la política pues reclaman para sí la condición de experimentados mamíferos cánidos de ésta. Con frases destempladas, mal copiando la retórica de líderes pasados que sí supieron estar a la altura de las circunstancias y jugando posición adelantada cuando valoran les puede resultar provechoso en lo personal u organizacional, estos viejos «zorros» de la política pretenden borrar de la memoria del país que, precisamente, sus torpezas, triquiñuelas y oídos sordos, los apartaron de la preferencia electoral y en buena medida abonaron el terreno para que la población de ellos desencantada, asqueada y hastiada, escogiera el salto al vacío representado en el pretorianismo retrógrado que hoy desgobierna. Con persistencia incalificable siguen haciendo perder tiempo. La nada alcanzada en 2016 es muestra de ello.
Sobran también los que, por innata simpleza de pensamiento, dan por sentado que los venezolanos somos poco dados a comprender los entretelones de la política. Por el afán de mantenerse a como dé lugar en medios de comunicación y redes sociales, en múltiples oportunidades, al pronunciarse en verborrea imparable sobre esto o aquello, terminan insultando la inteligencia de los destinatarios del mensaje. Son los que reducen el complejo mundo de la política comunicacional a su sola aparición en cámara o micrófono, independientemente tengan poco o nada que decir. Son los que juran que para explicarle a sus posibles seguidores las acertadas o erradas líneas de acción tomadas, suficiente es aparentar ser estadistas y saturar el discurso con manidos vocablos como «táctico» y «estratégico», cuando se sospecha que en verdad conozcan el real significado de ambos adjetivos. Apelan a la vulgaridad implícita en la frase «caminar y masticar chicle al mismo tiempo» y/o despachan el asunto con simplonas referencias a la divinidad o a juegos de beisbol. Ignoran que los compatriotas sumidos en tan angustiante pesadilla como la es el tiempo actual, se ganaron con valentía el respeto expresado en el acto de recibir respuestas satisfactorias y coherentes.
Rectificar es de sabios y ayuda a enderezar entuertos. No hagan más pedregoso el camino.
Historiador
Universidad Simón Bolívar
@luisbutto3