El ser nacional es un completo enigma. Historiadores, sociólogos, literatos, antropólogos y psicólogos han procurado desentrañar los móviles del comportamiento del venezolano basado en una anarquía individualista irrefrenable. Los venezolanos no sabemos lo que es la más mínima disciplina social. Nuestro amor por hacer “lo que nos da la gana” nos condena al atraso. Nuestra norma de convivencia social está rota porque no nos interesa el bienestar del otro, sino exclusivamente el propio. Agréguele usted la actual tragedia diluviana con los bolivarianos y su predilección por destruirlo todo, desde una amoralidad olímpica, y todos nuestros vicios de carácter han florecido.
Cuando uno escucha la perorata sobre las bondades de las relaciones comunales y la incapacidad de los líderes en dar el ejemplo uno se rinde. El discurso demagógico de nuestros políticos alrededor del Poder se fundamenta en una irresponsabilidad suicida porque se saben blindados por un culto a los héroes patrióticos imaginario y un comportamiento pícaro transgresor de toda norma posible. Y sí esto le ocurre a los líderes, pues al llamado pueblo, también.
Eso de que el venezolano es una criatura afable, dicharachera y servicial es todo un cuento chino. En realidad somos desconfiados, patanes y vivos. Hemos desarrollado una convivencia social desde una informalidad que lo abarca todo, para empezar, nuestra economía. Aquí en Venezuela cualquiera es un “empresario emprendedor” montando una mesita frente a su vivienda y vendiendo cualquier baratija que se le ocurra. Y no pasa nada. Se hace a la vista de todos. Agréguele el contrabando y el respectivo peaje que se debe consentir. ¿La norma? Un saludo a la bandera.
Lo paradójico de esto es que nuestros trámites burocráticos son las más pesados y engorrosos del mundo. El que se quiera ir por lo correcto entra en los terrenos del maltrato y el suplicio. Apostillar un documento o sacarse un pasaporte es hoy en Venezuela una tarea titánica, diríamos que imposible. Pero está el gestor. Ese pícaro ingenioso que logra conseguir los atajos que se le niegan a la mayoría. O el “amigo” que te hace “la segunda” a cambio de un regalo.
Ya uno entiende la grandísima tristeza de la mayoría de los venezolanos en el exterior por su incapacidad de encajar en los mundos ordenados en que ha tenido que huir: USA, Canadá, España, Australia, Catar, etc.
Axel Capriles, en su libro: “La picardía del venezolano o el triunfo de Tío Conejo” (2008), abunda en éstas explicaciones. Lo que sí nos parece necesario señalar es que a través del pícaro y héroe se pueden elaborar el arquetipo colectivo de la conciencia venezolana. ¿Épica civil? Inexistente. ¿Institucionalidad sostenida en el tiempo? Nula.
La mayoría piensa en los próceres de la Independencia como unos dioses mundanos llenos de virtudes cuando en realidad han sido los padres del personalismo y de una fuerza arbitraria para dirimir la vida social. Y la picardía, herencia hispánica, un modo de sobrevivir en el desarreglo.
Psicológicamente el venezolano es un pueblo extraviado. El pasado sólo lo entiende como mito y el futuro como evasión. El presente precario. Alcanzar una vida “moderna” sigue siendo un anhelo metafísico.
DR. ANGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCAN
DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LUZ
@LOMBARDIBOSCAN